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Resulta evidente que dadas semejantes condiciones, el desenvolvimiento intelectual y espiritual de los habitantes no puede hacer grandes progresos. Los menos saben leer y escribir y la posesión de un libro en la casa constituye la mayor de las rarezas. Entre sus diversiones se cuentan el baile, la riña de gallos y las carreras de caballos. El baile debe considerarse como una especie de fandango. Los bailarines se colocan frente a frente, realizan pasitos cortos y zapateos, unidos a un balanceo del tronco. La riña de gallos es practicada como deporte por los acaudalados y el espectáculo reúne a mucha gente proveniente de varias millas a la redonda. Por último, las carreras de caballos junto a las danzas de los indios constituyen el requisito indispensable de una fiesta, la celebración en honor del santo del lugar. Las danzas que ejecutan los indios en las festividades importantes podrían enseñarnos mucho acerca de las viejas costumbres, pues son poesía, las representaciones mímicas de los pueblos primitivos. Y sin duda, la mayoría de estas danzas provienen de remotas épocas paganas. Lamentablemente, no se tiene muchas ocasiones de presenciarlas y los indios mantienen en secreto los cantos que entonan al bailar. Viajar por estos territorios no es nada fácil. Cuando no se puede utilizar una canoa para ir río abajo, la única posibilidad de avanzar es a caballo. Las carreteras o caminos reales no son sino picadas abiertas en el bosque. Si el camino lleva por las mesetas descriptas, con sus superficies cubiertas de hierbas y zonas de bosques de acacias y otros árboles ralos, la cabalgata resulta divertida, pero, ¡ay si se debe atravesar un arroyo o una hondonada, donde la tierra jamas se seca bajo la densa sombra de los árboles! Dado que el suelo está constituido por una arcilla muy plástica, con la cual se manufacturaba antiguamente y aún hoy excelentes piezas de alfarería, en esos lugares se forma un lodazal por el que sólo saben abrirse camino los caballos propios de la región. Como los arroyos y los ríos fluyen en su mayoría por cauces más o menos profundos, para vadearlos es necesario descender primeramente un talud de lodo hasta llegar al agua y una vez atravesada la corriente volver a cabalgar cuesta arriba por otra pendiente barrosa. Es curioso, pero en todo el territorio sólo encontramos dos puentes sobre un arroyo y otro puente no tendido sobre el curso de agua S' no que conducía desde la pendiente barrosa intransitable hasta el lecho del río. A fin de poder pasar por estos malos tramos del camino, se han abierto senderos secundarios a través de la selva, a través de una inextricable maraña por la que se avanza a duras penas por encima de troncos derribados y ramas espinosas. De ordinario, estos atajos se tornan al poco tiempo más difíciles de salvar que el camino principal. Por último, las laderas cenagosas de las montañas constituyen los peores lugares ya que al cieno pegajoso se unen los guijarros sueltos y es un verdadero milagro que las bestias puedan salir de ellos sin quebrarse las patas.

 
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de Eduard Seler

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