-Ninguna.
-Lo celebro. Es la mejor garantía de que los inquilinos
no harán ruido.
-Me dedico a cuidar mis intereses...
-Perfectamente, ya hablaremos de eso: le voy a presentar con mi
abogado.
-Gracias. Tengo el mío.
-No importa, cambiará usted en cuanto se mude a casa. Yo
he prometido solemnemente a mi abogado darle la clientela de mis inquilinos. Y
¿qué tal de salud?
-Yo, bien, ¿y usted?
-No, no digo eso: lo que pregunto es cuál es su
temperamento. ¿Es usted linfático, sanguíneo, nervioso?
-Linfático..., me parece que linfático.
-¡Pues desnúdese usted!
-¿Qué...?
-Por un instante. Es una formalidad indispensable. No quiero
que mis inquilinos sean enfermos.