-Verá Su Excelencia lo que vamos a hacer: vaya usted
hacia la derecha, yo iré hacia la izquierda. ¡Eso será lo
mejor! -dijo uno de los generales, el cual, por haber prestado servicio,
además de en la oficina, en una escuela militar para hijos de soldados,
como maestro de caligrafía, era más listo que el otro.
Dicho y hecho. Un general giró hacia la derecha y vio
que allí había árboles y, en sus ramas, frutos de toda
clase. El general quiso coger aunque no fuera más que una manzana pero
todas ellas estaban tan altas, que era preciso trepar para alcanzarlas.
Intentó encaramarse al árbol, pero no consiguió más
que desgarrarse la camisa. El general llegó a un río y
observó que allí había tantos peces como en un barco
pesquero del Fontanka: bullían y bullían sin cesar.
"¡Qué bien estaría este pescadito en
la calle Pódiácheskaial", pensó el general, y hasta se
le demudó el rostro de apetito.
Entró el general en un bosque, y allí... silbaban
las ortegas, cantaban los tetraos en celo, corrían raudas las
liebres.
-¡Dios mío! ¡Cuánta comida,
cuánta comida! -dijo el general, sintiendo ya mareos de debilidad.
Nada podía hacerse, y hubo que volver de vacío al
sitio convenido. Cuando llegó, el otro general le esperaba ya.
-¿Qué, Excelencia, ha agenciado usted algo?