-¡Dios mío! -exclama el jefe-. ¿Lisaveta
Pavlovna? ¿Y qué tiene?
El otro alza los ojos y las manos al cielo, como diciendo:
-¡Dios lo quiere!
-¿Es grave, pues, la cosa?
-¡Creo que sí!
-¡Amigo mío, yo sé lo que es eso! -suspira
el alto funcionario, cerrando los ojos-. He perdido a mi esposa... ¡Es una
pérdida terrible!... Pero estará mejor la señora,
¿verdad? ¿Qué médico la asiste?
-Von Sterk.
-¿Von Sterk? Yo que usted, amigo mío,
llamaría a Magnus o a Semandritsky... Está usted muy
pálido. Se diría que está usted enfermo
también...
-Sí, excelencia... Llevo dos noches sin dormir, y he
sufrido tanto...
-Pero ¿para qué ha venido usted?
¡Váyase a casa y cuídese! No hay que olvidar el proverbio
latino: Mens sana in corpore sano...
Vasia se deja convencer, coge la cartera, despide del jefe y se
va a su casa a dormir.