El cuadro de su propia muerte se le representa con todo lujo de
detalles. En torno del lecho mortuorio lloran Vasia, su madre, su prima Varia y
su marido, sus amigos, su adoradores. Está pálida y bella. La
amortajan con un vestido color de rosa, que le sienta a las mil maravillas, y la
colocan sobre un verdadero tapiz de flores, en un ataúd magnífico,
con aplicaciones doradas. Huele a incienso; arden las velas funerarias. Su
marido la mira a través de las lágrimas. Sus adoradores la
contemplan con admiración. «Se diría -murmuran- que
está viva. ¡Hasta en el ataúd está bella!» Toda
la ciudad se conduele de su fin prematuro... El ataúd es transportado a
la iglesia por sus adoradores, entre los que va el estudiante de ojos negros que
le aconsejó que bebiese la limonada con coñac... Es lástima
que no acompañe a la procesión fúnebre una banda de
música... Después de la misa, todos rodean el ataúd y se
oyen los adioses supremos. Llantos, sollozos, escenas dramáticas...
Luego, el cementerio. Cierran el ataúd...
Lisa se estremece y abre los ojos.
-¿Estás ahí, Vasia? -pregunta-. ¡No
hago más que pensar cosas tristes, no puedo dormir!... ¡Ten piedad
de mí, Vasia, y cuéntame algo interesante!
-¿Qué quieres que te cuente, querida?
-Una historia de amor -contesta con voz moribunda la enferma-,
una anécdota....
Vasili Stepanovich hasta bailaría de coronilla con tal
de ahuyentar los pensamientos tristes de su mujer.