-Bueno; ¿cómo van esas fuerzas? -le pregunta a la
enferma, tomándole el pulso-. ¿Ha dormido usted?
-¡Se siente mal, muy mal! -susurra el marido.
Ella abre los ojos y dice con voz débil:
-Doctor, ¿podría tomar un poco de
café?
-No hay inconveniente.
-¿Y me permite usted levantarme?
-Sí; pero sería mejor que guardase usted cama
hoy.
-Los malditos nervios... -susurra el marido en un aparte con el
médico-. La atormentan pensamientos tristes... Estoy con el alma en un
hilo.
El doctor se sienta ante una mesa, se frota la frente y le
receta a Lisa bromuro. Luego se despide hasta la noche.
Al mediodía se presentan los adoradores de la enferma,
con cara de angustia todos ellos. Le traen flores y novelas francesas. Lisa,
interesantísima con su peinador blanco y su gorro de encaje, les dirige
una mirada lánguida en que se lee su escepticismo respecto a una
curación próxima. La mayoría de sus adoradores no han visto
nunca a su marido, a quien tratan con cierta indulgencia. Soportan su presencia
armados de cristiana resignación: su común desventura les ha
reunido con él junto a la cabecera de la enferma adorable.