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Jóvenes romanos, os aconsejo que no aprendáis las bellas artes con el único objeto de convertiros en defensores de los atribulados reos; la beldad se deja arrebatar y aplaude al orador elocuente, lo mismo que la plebe, el juez adusto y el senador distinguido; pero ocultad el talento, que el rostro no descubra vuestra facundia y que en vuestras tablillas no se lean nunca expresiones afectadas. ¿Quién sino un estúpido escribirá a su tierna amiga en tono declamatorio? Con frecuencia un billete pedantesco atrajo el desprecio a quien lo escribió. Sea tu razonamiento sencillo, tu estilo natural y a la vez insinuante, de modo que imagine verte y oírte al mismo tiempo. Si no recibe tu billete y lo devuelve sin leerlo, confía en que lo leerá más adelante y permanece firme en tu propósito. Con el tiempo los toros rebeldes acaban por someterse al yugo, con el tiempo el potro fogoso aprende a soportar el freno que reprime su ardor. El anillo de hierro se desgasta con el uso continuo y la punta de la reja se embota a fuerza de labrar asiduamente la tierra. ¿Qué más duro que la roca y más leve que la onda? Con todo, las aguas socavan las duras peñas. Persiste, y vencerás con el tiempo a la misma Penélope. Troya resistió muchos años, pero al fin cayó vencida. Si te lee y no quiere contestar, no la obligues a ello; procura solamente que siga leyendo tus ternezas, que ya responderá un día a lo que leyó con tanto gusto. Los favores llegarán por sus pasos en tiempo oportuno. Tal vez recibas una triste contestación, rogándote que ceses de solicitarla; ella teme lo que te ruega y desea que sigas en las instancias que te prohibe. No te descorazones, prosigue, y bien pronto verás satisfechos tus votos. En el ínterin, si tropiezas a tu amada tendida muellemente en la litera, acércate con disimulo a su lado, y a fin de que los oídos de curiosos indiscretos no penetren la intención de tus frases, como puedas revélale tu pasión en términos equívocos. Si se dirige al espacioso pórtico, debes acompañarla en su paseo, y ora has de precederla, ora seguirla de lejos, ya andar de prisa, ya caminar con lentitud. No tengas reparo en escurrirte entre la turba y pasar de una columna a otra para llegar a su lado. Cuida que no vaya sin tu compañía a ostentar su belleza en el teatro; allí sus espaldas desnudas te ofrecerán un gustoso espectáculo; allí la contemplarás absorto de admiración y le comunicarás, tus secretos pensamientos con los gestos y las miradas. Aplaude entusiasmado la danza del actor que representa a una doncella, y más todavía al que desempeña el papel del amante. Levántate si ella se levanta, vuelve a sentarte si se sienta, y no te pese desperdiciar el tiempo al tenor de sus antojos. Tampoco te detengas demasiado en rizarte el cabello con el hierro o en alisarte la piel con la piedra pómez; deja tan vanos aliños para los sacerdotes que aúllan sus cantos frigios en honor de la madre Cibeles. La negligencia constituye el mejor adorno del hombre. Teseo, que nunca se preocupó del peinado, supo conquistar a la hija de Minos; Fedra enloqueció por Hipólito, que no se distinguía en lo elegante, y Adonis, tan querido de Venus, sólo se recreaba en las selvas. Preséntate aseado, y que el ejercicio del campo de Marte solee tu cuerpo envuelto en una toga bien hecha y airosa. Sea tu habla suave, luzcan tus dientes su esmalte y no vaguen tus pies en el ancho calzado; que no se te ericen los pelos mal cortados, y tanto éstos como la barba entrégalos a una hábil mano. No lleves largas las uñas, que han de estar siempre limpias, ni menos asomen los pelos por las ventanas de tu nariz, ni te huela mal la boca, recordando el fétido olor del macho cabrío. Lo demás resérvalo a las muchachas que quieren agradar y para esos mozos que con horror de su sexo se entregan a un varón.

Mas ya llama a su poeta Baco, el que ayuda siempre a los amantes y atiza las llamas en que él mismo se consume. Ariadna erraba loca por la desierta arena que ciñe la isla de Naxos combatida por el mar; apenas sacude el sueño medio cubierta con la sencilla túnica, con los pies descalzos y sueltos los rubios cabellos, se dirige a las sordas olas llamando al cruel Teseo, y un raudal de lágrimas se desliza por sus frescas mejillas; gritaba y lloraba a la vez, y el llanto y las voces, lejos de amenguar su belleza, contribuían a realzarla de un modo extraordinario. Ya golpeándose el pecho sin cesar con mano despiadada, gritaba: «El pérfido ha partido; ¿qué será de mí, qué suerte me espera?» En aquel momento resuenan por el extenso litoral los címbalos y los tímpanos golpeados con frenéticas manos, cae desvanecida, las últimas palabras expiran en sus labios y diríase que en su cuerpo no quedaba una gota de sangre. De súbito aparecen las Bacantes con los cabellos tendidos por la espalda, y detrás la turba de los Sátiros que preceden al dios; después el viejo Sileno, tan borracho, que gracias si se mantiene en equilibrio cogiéndose a las crines del asno cabizbajo, persigue a las Bacantes que huyen y le acometen de improviso; como es tan pésimo jinete, hostiga con la vara al cuadrúpedo que monta y al fin se apea de bruces por las orejas del paciente animal. Los Sátiros entonces gritan: «Levántate, padre Sileno; levántate.» Preséntase al fin, en su carro ceñido de pámpanos, el dios que gobierna los domados tigres con riendas de oro. Pálida de terror Ariadna, no nombra más a Teseo, porque la voz se le hiela en la garganta; tres veces quiso huir, y el miedo la detuvo inmóvil otras tantas; estremecióse como las espigas estériles agitadas por el viento y la débil caña que tiembla en las orillas del húmedo pantano. El dios la conforta así: «Depón tus temores; yo seré un amante más fiel que Teseo, y tú serás, Ariadna, la esposa de Baco. El cielo premiará tu dolor; como una constelación reinarás en el cielo, y las naves guiarán su rumbo por tu corona de brillantes.» Dijo, y para que los tigres no la espantasen desciende del carro, salta sobre la arena de la playa, que cede a sus pies, y la arrebata en los brazos, sin que ella pugne por defenderse; que no es fácil resistir al poderío de un inmortal. Unos entonan los cantos de Himeneo, otros gritan: «Evoe, Evoe», y entre el común alborozo, el dios y la joven desposada se reclinan en el tálamo nupcial.

Así, cuando asistieres a un festín en que abunden los dones de Baco, si una muchacha que te atrae se coloca cerca de ti en el lecho, ruega a este padre de la alegría, cuyos misterios se celebran por la noche, que los vapores del vino no lleguen a trastornar tu cabeza. Allí te será permitido dirigir a tu bella insinuantes discursos con palabras veladas que no escaparán a su perspicacia y se los aplicará a sí misma; escribe en la mesa con gotas de vino dulcísimas ternuras, en las que tu amiga adivine tu pasión avasalladora, y clava en los suyos tus ojos respirando fuego: un semblante mudo habla a las veces con singular elocuencia. Arrebata presuroso de su mano el vaso que rozó con los labios, y bebe por el mismo lado que ella bebió. Coge cualquiera manjar que hayan tocado sus dedos, y aprovecha la ocasión para que tu mano tropiece con la suya; ingéniate, asimismo, por ganarte al esposo de tu amada; os será muy útil a los dos el tenerlo por amigo. Si la suerte te proclama rey del festín, concédele la honra de beber primero y regálale la corona que ciñe tu cabeza; ya sea tu igual, ya inferior a ti, déjale que tome de todo antes y no dudes dirigirle las expresiones más lisonjeras. Con el falso nombre de amigo se burla multitud de veces sin riesgo a un marido, y aunque el hecho quede casi siempre impune, no deja de ser un crimen. En tales casos el procurador suele ir más lejos de lo que se le encomienda, y se cree autorizado para traspasar las órdenes que recibió.

 
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de Ovidio

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