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Ánimo, y no dudes que saldrás vencedor en todos los combates; entre mil apenas hallarás una que te resista; las que conceden y las que niegan se regocijan lo mismo al ser rogadas, y dado que te equivoques, la repulsa no te traerá ningún peligro. ¿Mas cómo te has de engañar teniendo las nuevas voluptuosidades tantos atractivos? Los bienes ajenos nos parecen mayores que los propios; las espigas son siempre más fértiles en los sembrados que no nos pertenecen y el rebaño del vecino se multiplica con portentosa fecundidad. Ante todo haz por conocer a la criada de la joven que intentas seducir, para que te facilite el primer acceso, y averigua si obtiene la confianza de su señora y es la confidente de sus secretos placeres; inclínala en tu favor con las promesas y ablándala con los ruegos; como ella quiera, conseguirás fácilmente tus deseos. Que ella escoja el momento, los médicos suelen también aprovecharlo, en que el ánimo de su señora, libre de cuitas, esté mejor dispuesto a rendirse; el más favorable a tu pretensión será aquel en que todo le sonría y le parezca tan bello como la áurea mies en los fértiles campos. Si el pecho está alborozado y no lo oprime el dolor, tiende a dilatarse y Venus lo señorea hasta el fondo. Ilión, embargada de tristeza, pudo defenderse con las armas, y en un día festivo introdujo en su recinto el caballo repleto de soldados. Acomete la empresa así que la oigas quejarse de una rival, y esfuérzate en que no quede sin venganza la injuria. La criada que peina sus cabellos por la mañana, avive el resentimiento y ayude el impulso de tus velas con el remo, y dígale suspirando en tenue voz: « Por lo que veo, no podrás vengarte del agravio.» Después hable de ti con las palabras más persuasivas y júrele que mueres de un amor que raya en locura; pero revélate decidido, no sea que el viento calme y caigan las velas. Como el cristal es frágil, así se calma pronto la cólera de la mujer.

Me preguntas si es provechoso conquistar a la misma sirvienta; en tal caso te expones a graves contingencias; ésta, después que se entregue, te servirá más solícita; aquélla, menos celosa; la una te facilitará las entrevistas con su ama, la otra te reservará para sí. El bueno o mal suceso es muy eventual. Aun suponiendo que ella incite tu atrevimiento, mi consejo es que te abstengas de la aventura. No quiero extraviarme por precipicios y agudas rocas; ningún joven que oiga mis avisos se dejará sorprender; no obstante, si la criada que recibe y vuelve los billetes te cautiva por su gracia tanto como por los buenos servicios, apresura la posesión de la señora y siga la de la criada; mas no comiences nunca por la. conquista de la última. Una cosa te aconsejo, si tienes confianza en mis lecciones y el viento no se lleva mis palabras y las hunde en el mar: o no intentes la empresa, o acábala del todo; así que ella tenga parte en el negocio, no se atreverá a delatarte. El pájaro no puede volar con las alas viscosas, el jabalí no acierta a romper las redes que le envuelven y el pez queda sujeto por el anzuelo que se le clava; pero si te propones seducirla, no te retires hasta salir vencedor. Entonces ella, culpable de la misma falta, no osará traicionarte, y por ella conocerás los dichos y hechos de la que pretendes. Sobre todo, gran discreción; si ocultas bien tu inteligencia con la criada, los pasos de tu dueño te serán perfectamente conocidos.

Grave error el de creer que sólo los pilotos y labriegos deben consultar el tiempo. No conviene arrojar fuera de sazón en el campo la semilla que puede engañar nuestras esperanzas, ni en todo tiempo librar a los embates de las olas una frágil embarcación, ni siempre es de seguros resultados atacar a una tierna beldad; a veces importa aprovechar la ocasión favorable, ya se aproxime el día de un natalicio, ya el de las calendas de marzo, que Venus se goza en prolongar. Si el circo resplandece no adornado como antes con figuras de relieve, sino con los despojos de los reyes vencidos, difiere algunos días tu pretensión. Entonces reina el triste invierno y amenazan las lluviosas Pléyadas; entonces las tímidas Cabrillas se sumergen en las aguas del Océano; no acometas nada de provecho, pues si alguien se confía entonces a los riesgos de la navegación, apenas podrá salvar los ateridos miembros en la tabla de su bajel hecho piezas. Tus ataques han de comenzar el día funesto en que las ondas del Allia se tiñeron con la sangre de los cadáveres romanos o el último de cada semana que consagra al reposo y al culto el habitante de Palestina. Mira con santo horror el natalicio de tu amada, y como nefastos los días en que es ineludible el ofrecer presentes. Aunque lo evites con cautela, te sonsacará algo; la mujer tiene mil medios para apoderarse del caudal de su apasionado amante. Un vendedor con la túnica desceñida se presentará ante tu dueño deseoso de comprar, y delante de ti expondrá sus mercaderías. Ella te rogará que las examines para juzgar tu buen gusto; después te dará unos besos, y por último te pedirá que le compres lo que más le agrade, jurándote que con eso quedará contenta por largos años y diciéndote: «Ahora tengo necesidad de ello y ahora se puede comprar a precio razonable.» Si te excusas con el pretexto de que no tienes en casa el dinero necesario, te pedirá un billete, y sentirás haber aprendido a escribir. ¡Cuántas veces te exigirá el regalo que se acostumbra en el natalicio y cuántas renovará esta fecha al compás de sus necesidades! ¿Qué harás cuando la veas llorar desolada por una falsa pérdida y te enseñe las orejas sin los ricos pendientes que ostentaban? Las mujeres piden muchas cosas en calidad de préstamo, y así que las reciben se niegan a la devolución. Sales perdiendo y nunca se tiene en cuenta tu sacrificio. No me bastarían diez bocas con otras tantas lenguas, si pretendiese referir los astutos manejos de nuestras cortesanas.

Explota el camino por medio de la cera que barniza las elegantes tablillas, y que ella sea la primer anunciadora de la disposición de tu ánimo, que ella le diga tus ternuras con las expresiones que usan los amantes, y seas quien seas, no te sonrojen las más humildes súplicas. Aquiles, movido por las preces, entregó a Príamo el cadáver de Héctor; la voz del suplicante templa la cólera de los dioses. No economices el prometer, que al fin no arruina a nadie, y todo el mundo puede ser rico en promesas. La esperanza acreditada permite ganar tiempo; en verdad es una diosa falaz; mas nos complace ser por ella engañados. Los presentes que le hubieses hecho podrían incitarla a abandonarte, y por lo pronto se 1ucraría con tu largueza sin perder nada. Confíe siempre en que le vas a dar lo que nunca pensaste; así un campo estéril burla mil veces la esperanza del labrador, así el jugador empeñado en no perder, pierde a todas horas, y sus ávidas manos no sueltan los dados que le prometen pingües ganancias. Lo principal y más dificultoso es alcanzar de gracia los primeros favores; el temor de darlos sin provecho la inducirá a seguir concediéndolos como antes; dirígele tus billetes impregnados de dulcísimas frases, con el fin de explorar su disposición y tentar las dificultades del camino. Los caracteres trazados sobre un fruto burlaron a Cidipe, y la imprudente doncella, leyéndolos, se vió cogida por sus propias palabras.

 
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