-¿Por qué?
-No sé; papá lo dice: «Sois unos
desgraciadas -nos dice-, y mamá, la pobre, también, y yo; todos
nosotros.» Y nos suplica que recemos para que Dios nos ampare.
Alecha calló y se quedó meditabundo. Reinó
un corto silencio.
-¿Conque sí? -dijo, al cabo, Beliayev-.
¿Conque celebráis mítines en las confiterías?
¡Tiene gracia! ¿Y mamá no sabe nada?
-¿Cómo lo va a saber? Pelagueya no dirá
nada... ¡Ayer nos dio papá unas peras!... Estaban dulces como la
miel. Yo me comí dos...
-Y dime... ¿Papá no habla de mí?
-¿De usted? Le aseguro...
El chiquillo miró fijamente a Beliayev, y
concluyó:
-Le aseguro que no habla nada de particular.
-Pero, ¿por qué no me lo cuentas?
-¿No se ofenderá usted?
-¡No, tonto! ¿Habla mal?