-Pero, ¡por Dios, no le diga usted nada a mamá! Ni
a nadie, porque es un secreto. Si mamá se entera, yo, Sonia y Pelagueya,
la criada, nos la ganaremos. Pues bien, oiga usted: yo y Sonia nos vemos con
papá los martes y los viernes. Cuando Pelagueya nos lleva de paseo vamos
a la confitería Aspel, donde nos espera papá en un cuartito
aparte. En el cuartito que hay una mesa de mármol y encima un cenicero
que representa una oca.
-¿Y qué hacéis allí?
-Nada. Primero nos saludamos, luego nos sentamos todos a la
mesa y papá nos convida a café y a pasteles. A Sonia le gustan los
pastelillos de carne, pero yo dos detesto. Prefiero los de col y los de huevo.
Como comemos mucho, cuando volvemos a casa no tenemos gana. Sin embargo,
cenamos, para que mamá no sospeche, nada.
-¿De qué habláis con papá?
-De todo. Nos acaricia, nos besa, nos cuenta cuentos.
¿Sabe usted? Y dice que cuando seamos mayores nos llevará a vivir
con él. Sonia no quiere; pero yo sí. Claro que me aburriré
sin mamá; pero podré escribirle cartas. Y hasta podré venir
a verla los días de fiesta, ¿verdad? Papá me ha prometido
comprarme un caballo. ¡Es más bueno! No comprendo cómo
mamá no le dice que se venga a casa y no quiere ni que le veamos. Siempre
nos pregunta cómo está y qué hace. Cuando estuvo enferma y
se lo dijimos, se cogió la cabeza con las dos manos..., así..., y
empezó a ir y venir por la habitación como un loco... Siempre nos
aconseja que obedezcamos y respetemos a mamá... Diga usted: ¿es
verdad que somos desgraciados?