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Por fortuna, la niebla se disipó limitando su escenario al Aconcagua. Ese día no volvimos a divisarlo. A las siete de la tarde nos encontrábamos nuevamente en el Portezuelo de los Penitentes o sea a las veinte horas de haberlo dejado. Poco antes, habíamos vuelto a reunirnos. Al salir de esa zona encontramos los animales que habían permanecido en la nieve de los Penitentes durante veinticuatro horas, sin comer ni beber. Ya había oscurecido cuando llegamos. Algunos jarros de té, preparados en un fuego de carbón, reanimó nuestras fuerzas después de tan prolongada abstinencia. Después de descansar por espacio de una hora, montamos sobre nuestras cabalgaduras y partimos hacia el vivac en medio de la noche, atravesando cursos de agua, por laderas y despeñaderos, siempre adelante, bajando más y más. A pesar del mal trato a que estuvieron expuestos, los animales marchaban como electrizados. Sin duda, cada uno tenía ante sí el recuerdo de un escaso pienso y para nosotros, los desbandados del Aconcagua, el vivac situado a .600 m. de altura se nos antojaba un lugar de salvación. Medio despierto, medio dormido iba sentado sobre mi montura, pero instintivamente alerta respecto al hombre que me precedía a quien se le cerraban los ojos periódicamente tan pronto mediaba entre nosotros una mayor distancia. Luego espoleé con la azuela al zaino que no estaba a la altura de las mulas. Así llegamos al vivac a las once horas de la noche, después de una ausencia de treinta y una horas.

La llama ondulante del vivac y un plato de sopa caliente me parecieron suficiente recompensa por la malograda expedición. No había podido alcanzar mi meta.

 
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Intento de escalar el Aconcagua de Paul Güssfeldt   Intento de escalar el Aconcagua
de Paul Güssfeldt

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