En ese momento se desencadenó la tormenta y puso fin a la discusión, pues los temporales en la montaña no dejan otra alternativa que una muerte segura si se persiste en permanecer en el lugar o una posible salvación si se emprende el regreso. ¿Acaso no habíamos encontrado un esqueleto en el Valle de los Penitentes? ¿Y los otros dos esqueletos a 2.500 m no estaban señalando el lugar donde la. lucha entre el hombre y la naturaleza inanimada había quedado decidida a favor de esta última? En la pendiente de la cúspide del Aconcagua la mano del temporal había esbozado nuestro momento: nuestra esperanza no debía subsistir, habíamos sido considerados indignos de semejante empresa.
Doblegados por la necesidad, decidimos volver sobre nuestros pasos y escapar de un peligro que justificaba la retirada. La niebla no era aún tan densa como para no poder reconocer los alrededores más cercanos. Si llegaba a empeorar el tiempo quedaría excluida la posibilidad de encontrar el camino correcto. De producirse ese fenómeno hubiéramos muerto en aquel páramo, como murieron tantos guías alpinos en sus propias montañas a las que tan bien conocían, en medio de la nieve y la niebla.
Con asombrosa celeridad cubrirnos el camino cuesta abajo, lo cual prueba que nuestras fuerzas no estaban agotadas aún, sino inhibidas por la atmósfera enrarecida. Por cierto, nos favorecían las condiciones del terreno que nos hacía juzgar superfluas medidas de seguridad especiales. Cuando se da tal terreno en una ladera se puede calcular que el descenso demanda una quinta o sexta parte del tiempo demorado en la ascensión, al menos en esas altitudes de 5.000 a 6.500 m- La tarea más penosa comenzó al atravesar el gran ventisquero del Aconcagua. Por cierto, la superficie semejante a un campo roturado nos hizo pasar horas muy amargas. Lo que son los surcos de carreta en la superficie de las calizas dolomíticas, eran esas nevizas en comparación con otros ventisqueros. Constantemente, se nos hundían los pies en el hielo y sacarlos de los pozos nos costaba enorme esfuerzo y dolor ya que nos aquejaba todavía la respiración jadeante de las altas cumbres. Es un hecho que vale la pena mencionar. Ya en el vivac, a pesar de un sistema de respiración normal, seguía jadeando como no lo había hecho antes del escalamiento.