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Comenzó entonces la ascensión del Aconcagua en el sentido estrecho de la palabra: el esfuerzo del individuo que se abre camino desde el inmenso basamento de la montaña hacia las alturas solitarias.

De todos los escalamientos que hice hasta entonces y que haría más tarde, éste fue el más monótono, hecho comprensible si se tiene en cuenta la conformación de las pendientes noroccidentales. Las vastas laderas suben uniformes, aparentemente interminables, en un ángulo de 300 a 400. Las cubren esporádicos manchones de nieve. Sólo la diversidad de colores de la roca y las escarpadas pendientes rocosas que dividen la ladera a la manera de terrazas aportan cierta variación, al menos para la vista.

En gran parte, las rocas aparecen descompuestas, desagregadas seguramente por la acción de intensos procesos químicos y casi no se las encuentra en estado original.

La diversidad me pareció tan grande que escribí en mi cuaderno de notas: -Este Aconcagua no es una montaña sino un museo geológico-. Muy a mi pesar, no pude dedicarme a cascar piedras y recoger muestras, pues cada peso, cada esfuerzo que no contribuyera a acercarnos a nuestra meta, podía convertirse en malogrador del éxito, y éste ya estaba siendo socavado por el comportamiento irreflexivo e imprudente de mis hombres.

Debe tenerse en cuenta que habían transcurrido ya diez horas desde que habíamos dejado nuestro vivac y para llegar a la cima del Aconcagua, desde el lugar donde nos encontrábamos a la sazón, faltaban aún 1.900 metros, 1.900 metros que no sólo había que contar, sino también ponderar y pesaban tanto más cuanto más enrarecida se tornaba la atmósfera.

El terreno permitía tomar por el camino más corto hasta la proximidad de la cumbre, a saber por una cresta poco desarrollada que divide la gran superficie noreste de dos partes y asciende 250 en dirección sudeste. Esta cresta se desarrolla en la base de la ya citada cadena nevada que encajona las nieves perpetuas que acabábamos de cruzar. En la medida en que forma parte de la construcción del Aconcagua, toma en su mayoría la forma de una costilla tan ancha que no siempre resulta sencillo conservar la dirección anterior, pues el pico mismo es ocultado por las terrazas rocosas cuanto más alto se escala.

De todos modos, en un gran tramo, el camino está indicado por la cresta nornoroeste y queda librado a la atención y destreza del escalador el saber mantenerlo. Por lo demás, éste debe observar como reglas, avanzar muy lentamente, pero sin pausa, paso a paso, sin levantar la vista con demasiada frecuencia, sin hablar con sus compañeros, cuidando así sus fuerzas con la astucia de un avaro, pues su desgaste es cada vez mayor y es como si se evaporaran en el aire más y más fino, como el agua fría bajo la acción de la bomba de aire.

Pero mis hombres dieron otro carácter a la marcha y me fatigaron más que si hubiera tenido los bolsillos llenos de piedras.

 
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Intento de escalar el Aconcagua de Paul Güssfeldt   Intento de escalar el Aconcagua
de Paul Güssfeldt

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