-Sólo un aficionado a la ciencia, señor Holmes. Un simple
mortal que se dedica a recoger conchas en las orillas de ese gran océano
desconocido. Y a todo esto, supongo que tengo el gusto de dirigirme al señor
Holmes, y no...
-No, éste es mi amigo Watson.
-Tanto gusto en conocerle, señor Watson. Con frecuencia he oído
pronunciar su nombre unido al de su amigo. Me interesa usted profundamente,
señor Holmes. No esperaba ver un cráneo tan dolicocéfalo, ni un desarrollo
supraorbital tan perfectamente marcado. ¿Tendría usted inconveniente en que
pasara la mano por el hueso parietal? El molde de su cráneo, señor Holmes,
mientras no puede obtenerse el original, sería una adquisición para cualquier
museo antropológico. No quisiera ser molesto, pero francamente, envidio su
cráneo.
Con un gesto de la mano indicó Holmes a nuestro estrambótico
visitante que se sentase.
-Veo -dijo- que es usted entusiasta de su modo de pensar, como
yo soy del mío. Su índice me demuestra que acostumbra usted a hacer sus
cigarrillos. Sírvase encender uno cuando guste.
El médico sacó papel y tabaco y lió un pitillo con
extraordinaria rapidez.
Tenía los dedos muy largos e inquietos, ágiles como las antenas
de un insecto.
Holmes permanecía callado, pero las penetrantes miradas que
dirigía al médico me probaban que sentía vivo interés por Mortimer.
-Supongo, caballero -dijo por fin-, que algo más que el
propósito de examinar mi cráneo le habrá hecho a usted venir a mi casa anoche y
hoy.
-Efectivamente; he venido a consulta de usted, señor Holmes,
porque me preocupa la resolución de un problema tan serio como importante.
Reconociendo que en Europa es usted el segundo perito...