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Un golpe dado discretamente con los nudillos en la puerta, interrumpió en su ocupación al viajero.

-¡Adelante! -exclamó éste, que había acabado de lavarse y se estaba haciendo el lazo de la corbata.

Dijo esta palabra en inglés como era natural, puesto que estaba en una casa de postas dirigida por oficiales de Su Majestad Británica. Pero, una palabra sola y de uso tan corriente, bien podía entenderla un indio como Vidarma, que vivía en continuo trato con los amos de la India.

-¡Ah! ¿eres tú? -dijo al ver a su bégari. -¿Qué quieres?

-Sahib -preguntó humildemente Viadarma.- ¿has quedado satisfecho de mí?

-Sí -le respondió el Sahib con la misma entonación que hubiese empleado para decirle que no.

-Si piensas seguir hasta Haiderabad -prosiguió Viadarma,- ¿no puedo yo llevarte hasta allí ... y aun más lejos?

La carreta se dibujó ante los ojos del viajero y le hizo torcer el gesto de una manera muy significativa.

-No conoces el camino -replicó, buscando un pretexto para salir del paso.

-Lo he recorrido cien veces, y además de aquí a Haiderabad no hay más que cuatro coss.

El coss es una medida itineraria usada en la India y que equivale a tres kilómetros, o poco menos.

El Sahib no encontraba otro pretexto. Permaneció perplejo un instante, sin responder a las razones de Viadarma. ¿Volvería a dejarse ver en aquel modesto vehículo? Por fortuna el camino real iba desde su bungalow hasta las puertas de Haiderabad, sin pasar por el palacio de la Residencia.

-¡Oh, soy un imbécil! -pensó enojado ante aquella disculpa sugerida por su amor propio.- Porque he encontrado en un país bárbaro una muestra de elegancia europea ¿he de avergonzarme de viajar en una carreta de bueyes? ¿Hay cosa mejor que una carreta en un país como éste? ¿El scigram? ¡Vaya un trasto! Un coche cuadrado, incómodo y desvencijado, con un olor a alpechín que da náuseas. ¿ El dak-ghari? Un carruaje viejo, grasiento y lleno de polvo, como nuestros carruajes provincianos. ¡De qué simplezas me preocupo!

 
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de A. J. Barrili

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