El doctor y Bredejord comenzaron, pues, por no oponerse a su
embarque, y después, poco a poco, les acosó el deseo de estudiar por sí mismos a
aquel hombre extraño y averiguar por qué había querido ser pasajero del
Alaska. Sin embargo, este deseo no tenía nada de absurdo, pues el
itinerario del buque era seductor, al menos en su primera parte; y he aquí por
qué Schwaryencrona, muy aficionado a los viajes, solicitó también marchar como
pasajero, aunque sólo fuese para acompañar a la expedición hasta los mares de la
China, pagando el precio de pasaje que se juzgara conveniente.
Su resolución influyó irresistiblemente en el señor Bredejord,
que soñaba hacía largo tiempo con una excursión a los países del sol, y también
solicitó un camarote en las mismas condiciones.
Todo Stokolmo creyó entonces que el profesor Hochstedt haría lo
mismo, tanto por curiosidad científica como por el temor de pasar largos meses
sin sus dos amigos; pero la esperanza de todos quedó defraudada. El profesor,
aunque muy inclinado a marchar, pesó tan bien el pro y el contra que no pudo
llegar a decidirse; en su consecuencia, jugó el viaje a cara o cruz, y la suerte
dispuso que se quedara.
El día de la marcha se había fijado irremisiblemente para el 10
de Febrero; el 9, Erik esperaba al señor Malarius, y sorprendióle agradablemente
verle llegar con Catalina y Vanda, que habían tomado el tren para ir a
despedirse; en Stokolmo hubieron de alojarse en una modesta posada; pero el
doctor exigió que fueran a su casa, con no poco disgusto de Kajsa, a quien no
parecían distinguidos aquellos huéspedes.