¿Qué conducta se observaría con aquel hombre? Sobre este punto
estaban discordes los pareceres; el doctor alegaba que convenía tratar a Tudor
Brown con benevolencia, al menos aparentemente, para hacerle hablar; al abogado
Bredejord y a Erik les causaba repugnancia invencible semejante comedia, y, por
otra parte, tampoco era muy seguro que el mismo doctor tuviese fuerza de
voluntad para conformarse con su programa. En su consecuencia, se resolvió
tratar a Tudor Brown como su conducta y las circunstancias lo aconsejasen.
No fue necesario esperar mucho para saber a qué atenerse. A
medio día la campana anunció la hora de comer; Bredejord y el doctor fueron a
sentarse a la mesa del comandante, y encontraron ya en ella a Tudor Brown,
siempre con el sombrero calado y sin manifestar intención de comunicarse con sus
compañeros. Aquel hombre era de lo más grosero que se hubiera podido imaginar;
parecía desconocer los principios elementales de la buena educación; servíase el
primero, elegía las mejores tajadas, y comía y bebía como un ogro. El comandante
y el doctor le dirigieron dos o tres veces la palabra; pero no se dignó
contestar, o hízolo sólo por ademanes.
Sin embargo, al terminar la comida, y mientras se limpiaba los
dientes, recostóse en su silla y preguntó al capitán:
-¿Qué día estaremos en Gibraltar?
-Creo que el 19 o el 20, contestó el interpelado.
-Quiere decir, repuso como hablando para sí, que el 22
estaremos en Malta, el 25 en Alejandría, y a fin de mes en Adan.
Así diciendo, levantóse sin pronunciar más palabra, subió al
puente y comenzó de nuevo a pasear.
-¡Buen compañero de viaje nos han dado! exclamó el capitán
Marsilas.
El abogado Bredejori a contestar, cuando un súbito estrépito,
resonando en lo alto de la escalera, le cortó la palabra: oíanse gritos,
ladridos y voces confusas; todos se levantaron y corrieron al puente.