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Erik, de pie en el puente, mandaba la maniobra; el señor Bredejord y el doctor, apoyados en la banda de babor, hacían la última señal de despedida a Kajsa y a Vanda; y el señor Malarius, aquejado ya del mareo, había ido a echarse en su lecho. Preocupados todos por la separación, ni unos ni otros echaron de ver la llegada de Tudor Brown.

Por eso el doctor no pudo reprimir un movimiento de sorpresa cuando, al volverse, vióle salir de las profundidades del buque y avanzar hacia él con las manos en los bolsillos, vistiendo el mismo traje que llevaba el día de su visita y llevando siempre calado el sombrero.

-¡Buen tiempo! dijo Tudor Brown a manera de saludo, y como para trabar conversación.

El doctor quedó estupefacto ante aquel aplomo, y esperó algunos instantes para ver si el extraño personaje le daba una excusa o explicación de su proceder; mas viendo que no abría la boca, quiso romper las hostilidades.

-Según parece, caballero, dijo, ahora resulta que Patricio O'Donoghan no está tan muerto como usted pensaba.

-Eso es precisamente lo que se trata de averiguar, replicó el extranjero con su imperturbable calma, y sólo para tener la conciencia tranquila he querido emprender el viaje.

Al decir esto, Tudor Brown dio media vuelta; y juzgando sin duda que la explicación era bastante satisfactoria, comenzó a pasear por el puente silbando su tonada favorita.

Erik y el señor Bredejord habían seguido este rápido coloquio con una curiosidad bastante natural; la persona de Tudor Brown era nueva para ellos, y por eso la estudiaban atentamente, más aun que el mismo doctor. Parecióles entonces que el extranjero, afectando indiferencia, dirigía de vez en cuando una mirada furtiva hacia ellos, como para ver la impresión que producía; y así es que inmediatamente, como de común acuerdo, aparentaron no ocuparse de su presencia; pero muy pronto, cuando hubieron bajado al salón, celebraron consejo.

 
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