Había acertado. Don Braulio, cansado de pegar rodadas, de
reventar lazos, de cortarse con el cuchillo, de enfermarse con carne cansada, y
todo, siempre con anuencia, al parecer, del buey cometa, se había convencido de
que no había más remedio, para no verlo más, que dejar de carnear ajenos.
Y así lo había hecho, y ya se iba retirando el buey, alejándose
cada vez más del rodeo y de las casas, hasta que desapareció del campo.
Cuentan que así fue pasando de estancia en estancia, durante
largo tiempo, el buey corneta renegrido, siempre cambiando de marca, sin que se
le pudieran conocer las anteriores; admirándose los dueños de ver de repente
aparecer en su hacienda este extraño animal tan desconocido, a pesar de ser de
su propiedad, y poco a poco se volvieron todos los vecinos de aquellos pagos tan
delicados para la carne ajena como si hubieran vivido en las costas del
Gualichú, en tiempo de Rosas.
No hay duda que el mismo buey corneta sigue en alguna parte,
haciendo de las suyas. Muchos creen que anda ahora muy cerca de la cordillera;
otros dicen que en la pampa; no falta quien lo haya visto en el Sur, ni tampoco
quien haya oído hablar de él en el Norte. ¡Vaya uno a saber por dónde anda!...
Pero lo mejor es evitar su presencia y no hay cosa más fácil.