Llevado por sus pensamientos, fue olvidando la causa que los
sugirió. De pronto, miró de nuevo el cadáver. Ahora la
sombra lo había dejado casi al descubierto. Observó el perfil
anguloso, el mentón en el aire, el rostro de una palidez espectral bajo
el claro de luna. Llevaba el uniforme gris de los confederados. La chaqueta y el
chaleco, desabotonados estaban abiertos y caídos a. uno y otro lado,
dejando ver la camisa blanca. El tórax parecía singularmente
abombado; el abdomen, en cambio, se había hundido, proyectando una aguda
saliente en la línea de las costillas inferiores. Los brazos estaban
extendidos; la rodilla izquierda, en alto. La actitud toda le dio a Byring la.
impresión de haber sido estudiada para crear un efecto de
hórror.
-Bah! -exclamó-. Era un actor ... Sabe cómo hay
que estar muerto.
Apartó los ojos, los dirigió resueltamente hacia
uno de los caminos que conducían a la primera línea, y
prosiguió su meditación filosófica donde la había
dejado.
-Quizá nuestros antepasados del Asia Central no
tenían la costumbre de enterrar a los huertos. En ese caso, es
fácil comprender el temor que les inspiraban. Eran, en realidad, una
amenaza y un flagelo. Causaban epidemias. A los niños, les
enseñaban a evitar los lugares donde yacían los muertos; a huir,
si por inadvertencia pasaban junto a un cadáver. Creo, en verdad, que
haría mejor en alejarme de este individuo.