A la mañana siguiente, muy temprano, un grupo de fagina,
bajo las órdenes de un capitán y acompañado por el
cirujano, busca a los muertos y heridos. En la encrucijada del camino, hacia un
lado, encuentran dos cadáveres, uno junto al otro: el de un oficial del
ejército federal y el de un soldado raso confederado. El oficial muerto
yacía de bruces en un charco de sangre, con la espada todavía
clavada en el pecho. Lo pusieron boca arriba y el cirujano le retiró el
arma.
-¡Dios mío! -exclamó el capitán-.
¡Es Byring!
Agregó, mirando al otro:
-Ha sido una dura pelea.
El cirujano examinaba la espada. Era la de un oficial de la
infantería federal, exacta a la que usaba el capitán. En realidad,
era la espada de Bring. La otra arma que descubrieron fue un revólver con
las balas intactas, colgado del cinturón del muerto. El cirujano puso la
espada en el suelo y se aproximó al segundo cadáver. Estaba
atrozmente acuchillado, pero no había en él rastros de sangre.
Tomándolo por el pie izquierdo, trató de estirar la pierna
encogida. A los muertos no les gusta que los muevan, y éste lo
demostró exhalando un leve olor nauseabundo. Ahora, donde había
estado acostado, unas cuantas larvas ejercitaban su imbécil
activvdad..
El cirujano miró al capitán. El capitán
miró al cirujano.