-Bueno -roncó al fin-. En esto debe de haber trampa; pero la palabra es la palabra. Mocoso, manda lo que quieras; seré tu criado.
* * *
Y el viejo pescador, terminado su cuento, sonreía y guiñaba los ojos maliciosamente.
Aquello era de los tiempos en que los pececillos hablaban; pero tenía intríngulis.
¿Que no lo adivinaba? Pues era
sencillo: que en este mundo puede más el listo y el astuto que el fuerte, que todo lo fía al corazón y a la acometividad. Que vale más ser esparrelló pequeño y malicioso que reig enorme y sencillote. Que acometiendo de frente y arrollándolo todo sólo se consigue ser vehículo del listo, que se esconde en la agalla para salir a tiempo.
Y el vejete me miraba con tal
expresión de malicia y lástima, que me ruboricé, murmurando para adentro: «Este tío me conoce.»
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