Recuerden
lo bien que nos ha ido siempre el tema de la Inquisición. Lo hemos rentabilizado
enormemente y así debemos de seguir haciendo. Lo mismo que hicimos en su momento
con la gran derrota que sufrimos en América con los agentes del enemigo que
sembraron de sus patrañas todo aquel continente. Hemos conseguido hacer pasar
esa victoria enemiga que nos privó de tantos beneficios al evangelizar y
cristianizar a todos esos pueblos y naciones que hoy son católicos, por una
malvada obra de saqueo, exterminio y baño de sangre. Y lo que es más importante,
no sólo hemos convencido de ello a los que son contrarios a la Iglesia Católica,
sino que hasta los mismos católicos piensan que fue así. Es increíble. Pero
ciertamente, como ya les he dicho, son muy ingenuos y hemos de saber
aprovecharnos de ello. El Enemigo ya se lo advirtió hace tiempo cuando les dijo
que, nosotros, los hijos de las tinieblas somos más astutos que los hijos de la
luz.
En
fin, mis odiados y aborrecidos colegas, debo de ir concluyendo, pues aunque para
nosotros el tiempo es muy relativo, estoy ardiendo en deseos -nunca mejor dicho-
de extender más confusión, más odio, más injusticias y crímenes con que aliñar
el podrido mundo del Enemigo y aniquilar todo atisbo de lo que él considera
verdadero amor y toda esa horrible cantidad de derivados suyos como la
misericordia, la paz, la comprensión, etc.
Para
todos aquellos que se incorporan al ejercicio de nuestras actividades y para
nuestros agentes infiltrados les facilito el siguiente informe en el que detallo
algunos puntos que considero de la mayor importancia, así como algunas de las
normas básicas de actuación que estoy seguro que les serán de la mayor utilidad
puesto que han sido experimentadas con resultados altamente satisfactorios a lo
largo de muchos siglos. Presten por eso gran atención, que ya saben la verdad
que se encierra en aquel refrán de los hombres que afirma que el diablo sabe más
por viejo que por diablo. No desdeñen nunca nuestra larga y probada experiencia
en la difusión del mal.
Y
ahora, mis odiados secuaces griten conmigo: ¡Viva Satán! ¡Viva Satán! ¡Viva
Satán!
En
este punto unas indescriptibles voces resonaron en toda la sala estallando en un
griterío infernal, nunca mejor dicho, al que siguieron unos espantosos aullidos
y gritos espeluznantes entre el jolgorio y la algarabía general de todos los
presentes.