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Pero, volviendo a la cuestión del aborto, hay que seguir congratulándose y felicitándose de que hayamos dado un paso muy importante en nuestros fines. Ya hemos conseguido que prácticamente en la totalidad de los países, el aborto esté legalizado. También nos está dando resultados muy positivos el considerar el aborto como algo progresista, algo propio de países avanzados y modernos que saben controlar y poner remedio a los embarazos no deseados. Y para las naciones más remisas en aceptar estos planteamientos ya estamos dando una vuelta de tuerca importante a través de condicionar las ayudas y préstamos internacionales a la aprobación de medidas encaminadas a la aprobación de todos los medios anticonceptivos y abortivos.

Pero como les digo, todo eso, siendo muy importante, aún nos parecía insuficiente. Y hemos conseguido un progreso fantástico cuando introdujimos en la Conferencia de Pekín la terminología ?derechos reproductivos?. Por supuesto que esos ?derechos reproductivos? incluyen el aborto, de modo que en poco tiempo esperamos lograr que el aborto deje de ser simplemente algo permitido, pero que aún cabe ser planteado por algunos como algo malo, para ser convertido en algo ?bueno?, puesto que será un derecho que habrá que reconocer a nivel internacional. Eso nos permitirá acusar de estar en contra de los derechos de la persona a todo aquel que se manifieste en contra del aborto y podremos tomar medidas drásticas con los miembros y asociaciones pro-vida antes de que se conviertan en una seria amenaza. Pero como ven es cuestión urgentísima, pues si nuestro objetivo se demora, puede dar lugar a que posteriormente el auge de lo movimientos a favor de la vida haya logrado abrir los ojos a demasiada gente y no podamos entonces actuar con la contundencia que podríamos hacerlo mientras no sean tantos. Sueño con poder encarcelar a todos los que defiendan la vida. Piensen, señores, que esto nos permitirá actuar impunemente contra la Iglesia Católica. Podremos incautar sus bienes, prohibir todas sus manifestaciones públicas de culto, etc., puesto que será una institución contraria a los derechos fundamentales de la persona. ¿Comprenden ahora la importancia de silenciar por todos los medios la Humanae vitae y la Evangelium vitae? Toda nuestra estrategia depende de la desvinculación de la sexualidad con la transmisión de la vida y lo que eso implica en los planes previstos desde el principio por el Enemigo. Los hombres no deben sospechar de ninguna manera que la sexualidad esté al servicio de la vida; que haya una vinculación entre la unión sexual y el don de la vida humana. Mientras podamos mantenerlos en la ignorancia de este punto fundamental los estaremos incapacitando para que puedan descubrir el valor que el Enemigo les ha dado y el privilegio que tienen de ser sus colaboradores en la creación de nuevos seres humanos.

Todos ustedes saben que sólo podremos alcanzar nuestros objetivos con un continuo fomento del egoísmo y el individualismo. Hemos de lograr encerrar a cada persona en sí misma. Que cada uno sea su propio dios. Recuerden que nuestro padre desde el principio uso esta técnica sugestiva: seréis como dioses. Bien, pues hay que convencerles de que efectivamente no hay más dios que el ?yo?. Si logramos esto, tendremos mucho ganado, por no decir todo. La sociedad de consumo que hemos conseguido montar favorece totalmente nuestros propósitos y por eso hay que seguir haciendo girar cada vez con más fuerza esa tremenda espiral de modo que sea imposible salir de la misma. La ecuación: más ganancias, más beneficios; más producción, más compradores; más publicidad, más deseos de tener y más satisfacción de esos deseos, se cierra en: seguir produciendo para ganar más. En definitiva mientras el hombre esté pegado con sus narices a las cosas no sentirá la necesidad de mirar hacia el cielo, hacia lo trascendente y mucho menos sentirá la necesidad que tiene del Enemigo, puesta por él mismo en su corazón. El mundo gira y se mueve cada vez más deprisa pero no hemos de parar de acelerar su movimiento en una vorágine que les haga incapaces de tener un solo momento de reflexión. He comprobado, por desgracia, como en el momento en el que se deja que alguien pueda reflexionar y detenerse un poco a considerar las cosas, el Enemigo aprovecha para plantearle la perniciosa cuestión del sentido de su vida y muchos entonces sucumben, abren los ojos y se escapan de nuestro influjo.

 
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