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Una
buena carga de profundidad que contribuirá a hacer añicos la idea obsoleta de
familia tradicional de hombre y mujer fundada sobre el matrimonio para la ayuda
mutua y la generación y educación de los hijos, será sin duda conseguir la
legalización de los matrimonios homosexuales. Hay que insistir en ello, aunque
bien sabemos que a este tipo de homosexuales el matrimonio y la institución
matrimonial les trae absolutamente sin cuidado. No importa. Nuestro objetivo no
es tanto conseguir el reconocimiento del matrimonio para los homosexuales como
difuminar y dañar la institución matrimonial. Insistamos en hablar de
"matrimonios homosexuales" porque de esa forma estamos ya dando por supuesto que
no hay un único matrimonio sino una pluralidad de posibles matrimonios, uno de
los cuales es el heterosexual, pero no el único. Algunos agentes del enemigo se
han percatado de nuestras intenciones e intentan evitar caer en la trampa
hablando de "uniones homosexuales" y negándose a denominarlos matrimonios. Hay
que insistir una y otra vez en la idea de que si no se permite a los
homosexuales que se casen se está cometiendo con ellos una discriminación.
¡Maravillosa palabra, esta! Nos está dando excelentes resultados. Hasta a los
católicos les provoca pavor que se les tache de que discriminan y muchos de
ellos espantados por que se les pueda acusar de que están discriminando a otros
se muestran favorables a nuestros planes de legalización del matrimonio
homosexual. ¡Son tan ingenuos...! Así que hemos de aprovechar los efectos de la
palabra "discriminación" para sacarle el mayor jugo. Ya la veníamos usando para
reclamar el sacerdocio femenino con muy buenos resultados también. Como, gracias
a nuestra insistencia en fomentar el ego hemos logrado que el qué dirán o el qué
van a pensar de mí sea determinante a la hora de actuar, y que por tanto ya la
inmensa mayoría de la gente no se mueva por convicciones y principios sino por
lo que puedan opinar los demás sobre ella, es por lo que nos resultan tan
eficaces ciertas palabras como la de "discriminación". En el caso concreto de
los que se oponen a los homosexuales hemos puesto de moda un insulto que causa
también un espanto tremendo que a alguien lo puedan llamar así: homófobo. En
esto de las palabras estamos también logrando imponer la moda. Ahora no se lleva
tanto lo de años atrás de "machista". Queda un poco insulso y falto de fuerza,
posiblemente porque se ha abusado mucho de la palabra y se ha hecho algo
cansina. Hoy lo que más se lleva es tachar a otro de homófobo. Por supuesto que
la culpa de la discriminación histórica del colectivo gay hay que endosársela a
la Iglesia Católica. Es más, no sólo hay que culparla de la discriminación que
han sufrido millones de inocentes gays, sino que también se le ha de acusar de
ser la responsable de que se les haya demonizado, perseguido, torturado y de que
se les haya quemado por la Inquisición. Y con el tiempo incluso podríamos llegar
a exigirle una reparación económica por todos los crímenes. Ya prepararemos
algún Experto en historia del colectivo gay que publique algún libro que haremos
que sea betseller y se vendan millones de ejemplares en donde se cuente la
cantidad de atrocidades que cometió la Iglesia Católica con los homosexuales.
Inventaremos datos, eso no es problema, como ya saben, y sobre todo diremos que fueron muchos millones. De
ese modo los incautos siempre tenderán a pensar que posiblemente no fueron
tantos millones pero que algunos cuantos sí.
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