Espero
que el recordarles todo esto les ayude a no desatender tan importante cuestión
de promover la cultura y civilización de la muerte.
Ahora,
si me lo permiten, para animarnos un poco, pasaré a relatarles los avances que
estamos obteniendo en el siempre satisfactorio campo del aborto y la
anticoncepción. También les referiré brevemente el resultado de nuestras
estrategias sobre la difusión de la homosexualidad y todo tipo de actuaciones
contrarias a los designios del enemigo en el campo de la sexualidad que estamos
propugnando y difundiendo.
Quiero
no obstante advertirles que si bien es evidente, como ahora reseñaré, los
avances que hemos logrado en el campo del aborto, no es menos cierto que el
enemigo también se ha movilizado en estos últimos años y han florecido como
hongos por todas partes los movimientos y asociaciones a favor de la vida del no
nacido.
Por eso está plenamente justificado que nuestras inversiones en este campo sean
notablemente aumentadas en los próximos años y por eso he propuesto un
incremento de fondos y de personal para que se dedique con ahínco a fortalecer
las posiciones que hasta ahora hemos logrado. Espero que no, pero podría ser que
si no estamos atentos, muchos, cada vez más, puedan abrir los ojos y darse
finalmente cuenta del engaño que durante tanto tiempo hemos logrado mantener, y
descubran finalmente que desde el momento de la concepción, de la fusión del
óvulo y el espermatozoide hay una persona humana. Por eso hay que seguir
insistiendo continuamente, negando toda evidencia científica, que el comienzo de
la vida humana es una cuestión metafísica. Muchos no saben qué significa eso,
pero suena bien y da la sensación de que con ello se hace alusión a algo
totalmente alejado de lo real y concreto, algo etéreo, confuso y, por tanto,
discutible. Además, a quienes afirmen, aportando los datos científicos de que ya
se dispone, que el comienzo de la vida humana tiene claramente y sin lugar a
dudas su inicio en el momento de la fecundación del óvulo por el espermatozoide
habrá que acusarlos de confundir aspectos religiosos con aspectos científicos y
de que, en definitiva no están más que introduciendo creencias personales que no
tienen ninguna justificación ni evidencia científica. Sé que algunos de ustedes
piensan que tal estrategia se puede volver fácilmente en contra nuestra puesto
que los datos científicos son, por desgracia, totalmente claros al respecto y
siguen aumentando de forma apabullante pero, aún así, si logramos hacernos con
el control de la información y bombardeamos con declaraciones y entrevistas a
nuestros aleccionados expertos, aún será posible mantener esta posición durante
varias décadas. Para entonces esperamos que las otras líneas de actuación hagan
irrelevante el momento en que se descubra para la gente en general esta mentira
y podremos justificarla fácilmente. Pienso que entonces habremos logrado
instaurar plenamente la aceptación social del aborto como si se tratara de una
simple actuación sobre un quiste maligno o pequeña verruga. En definitiva una
simple cuestión de estética.
En
el tema del aborto tenemos motivos para el optimismo. Año tras año aumenta el
número de abortos en el mundo. Es indudable que de esta forma estamos logrando
la mayor de las masacres de la historia de la humanidad. Una masacre silenciosa,
pues la mayoría de la gente permanece ignorante de este hecho. En buena medida
se debe a la insistencia que tan favorablemente hemos hecho del holocausto
judío. Como ven, los que de ustedes eran reticentes en un principio a que
fomentásemos por todos los medios a nuestro alcance las matanzas de los nazis,
tendrán que admitir que nos ha servido como cortina de humo para desviar la
atención sobre las víctimas del aborto. Pocos saben que cada año estamos
obteniendo un número de abortos que supera
los cuarenta millones. Y como, he dicho, la cifra sigue aumentando de manera muy
considerable.
Por
otra parte ha sido muy sutil el sistema empleado de conceder que a pesar de
todo, hemos de procurar que el aborto sea el último recurso. De ese modo
conseguimos un doble objetivo: por una parte el de presentarnos como contrarios
al aborto, gente sensibilizada con tan grave problema, y así nos defendemos de
los pro-vida que nos atacan como si fuéramos criminales sin escrúpulos. Nada de
eso. Nos conviene saber usar la careta de gente que en principio también está en
contra del aborto y que sólo consiente en él como un mal inevitable, ciertamente
dramático en la mayoría de los casos, pero necesario. Hemos de seguir
repitiendo, aunque sea contradictorio con otras líneas de actuación, que nadie
aborta por capricho. El otro objetivo que logramos presentando el aborto como
último recurso es incitar a buscar soluciones que eviten tener que llegar al
aborto. Y para ello fomentaremos un despliegue total de medios anticonceptivos.
Poco importa que en realidad no sean sólo anticonceptivos sino también
abortivos. Nosotros hemos de insistir sólo en que son anticonceptivos. Para
ello, nuestro departamento de Manipulación del Lenguaje ya comenzó
hace tiempo a denominar el embarazo como la implantación del embrión en el
útero, de modo que suprimir, -digámoslo claramente aquí entre nosotros- matar al
embrión, es decir, a la persona ya concebida, antes de que se haya implantado no
pueda considerarse aborto. Es increíble la facilidad que tiene la gente para
pensar que el simple hecho del tamaño o de que la persona se encuentre en un
lugar en vez de en otro, puede convertir lo que es un asesinato en una acción
médica. Por supuesto que será necesario seguir impulsando a todos los niveles y
en todos los países la necesidad urgente de dar a los adolescentes, e incluso a
los niños, una adecuada información sexual. Convertir este asunto en cuestión de
Estado nos obtiene la ventaja de poder actuar con independencia del criterio de
los padres e inculcar en las personas desde su más tierna infancia las ideas que
más nos convienen sobre la sexualidad. Ya saben, desvincularla totalmente de lo
que el enemigo ha querido que sea expresión, es decir, de ese asqueroso amor.
Nada de trascendencia que pueda llevar a pensar a los hombres en el Enemigo.
Sigamos trabajando con empeño en identificar el amor con lo meramente instintivo
de la sexualidad, con lo meramente genital. Y dando con toda naturalidad por
sentado que el placer genital es algo totalmente normal incluso en la etapa
infantil y en la adolescencia. En la medida en que animalicemos más la
sexualidad humana, el hombre no pensará jamás que está por encima de los demás
animales, ni que ha sido hecho a imagen y semejanza del Enemigo. Por eso hemos
de llegar a los extremos más depravados e insistir en que todo es válido si
produce placer y satisfacción. Jamás hemos de admitir que la sexualidad tenga de
por sí un sentido objetivo y una finalidad. Aquí el dogma fundamental del neolaicismo debe ser impuesto con toda
rotundidad: todo vale. No hay nada preestablecido, nada fijo, nada natural que
indique un uso y una razón de ser de la sexualidad. Insistamos en que pretender
lo contrario es fundamentalismo religioso, el peor enemigo de la humanidad.
Sigamos atacando a la Iglesia Católica con toda energía en este punto
crucial.