PRÍNCIPE. - (Disgustado). Eso mismo quise
preguntarle a usted.
ARBENIN. - Me voy a anticipar a su pregunta. Hace ya mucho
tiempo que los conozco y antes solía frecuentar a menudo esta
compañía; miraba con mucha inquietud cómo giraba la rueda
de la suerte y cómo algunos salían victoriosos y otros vencidos.
Yo no los envidiaba y tampoco participaba con ellos de ese camino. He visto a
muchos jóvenes llenos de esperanza; ignorantes y muy dichosos en la
ciencia de la vida; de almas muy ardientes, para quienes el amor era el objetivo
de la vida. Los vi perecer muy pronto ante mis ojos... ¡Y he aquí
que mi destino me trae nuevamente!
PRÍNCIPE. - (Tomando sus manos, conmovido).
¡He perdido!
ARBENIN. - Ya veo. ¿Y qué hacer?
¿Ahogarse?
PRÍNCIPE. - ¡Oh! ¡Estoy
desesperado!
ARBENIN. - Hay sólo dos remedios: hacer un juramento
y no jugar jamás, o sentarse inmediatamente de nuevo. Pero, para ganar
aquí una jugada, usted deberá arrojar todo: la familia, los amigos
y el honor; usted deberá probar, sentir fríamente su capacidad y
su alma, y por partes entregarla y acostumbrarse a leer claramente en los
rostros apenas conocidos por usted, todos los impulsos y pensamientos, utilizar
varios años en el hábil manejo de las manos y despreciar todo: las
leyes de la gente y las leyes de la naturaleza; de día pensar, de noche
jugar, jamás estar libre de torturas y que nadie adivine sus tormentos.
No estremecerse cuando junto a usted esté un rival, maestro como usted en
el juego; esperar un fin feliz a cada instante y no sonrojarse cuando
abiertamente le digan «¡Canalla!».