PRÍNCIPE. - ¡Oh! ¡Jamás lo
olvidaré!... Usted me ha salvado la vida...
ARBENIN. - Y su dinero también. (Con amargura) Y en
verdad es difícil decir qué vale más.
PRÍNCIPE. - ¡Qué gran sacrificio ha
hecho por mí!
ARBENIN. - Ninguno. Estoy contento de tener la
ocasión para inquietar mi sangre y nuevamente encender con ardor mi mente
y mi pecho. Me he sentado a jugar como si usted hubiera partido a un
duelo.
PRÍNCIPE. - ¡Pero podía haber
perdido!
ARBENIN. - ¿Yo? ¡No!... Aquellos días
placenteros han pasado. Yo veo todo y conozco todas las mañas; es por eso
que ahora ya no juego.
PRÍNCIPE. - Usted elude mi agradecimiento.
ARBENIN. - Para decirle la verdad, no lo soporto.
Jamás, ni a nada ni a nadie le debo algo yo en la vida; y si a alguien he
pagado con el bien, no ha sido por quererle demasiado, sino simplemente porque
he visto utilidad en eso.
PRíNCIPE. - No le creo.
ARBENIN. - ¿Quién lo obliga a creerme? Estoy
acostumbrado a eso desde hace mucho tiempo y si no fuera por pereza me
volvería hipócrita... Pero terminemos esta conversación.
(Pausa). Si nos fuéramos a divertir un poco, no nos haría mal ni a
usted ni a mí... Hoy es fiesta y creo que hay baile de máscaras en
la casa de Engelhardt.