SHPRIJ. - Yo a usted lo conozco.
ARBENIN. - Yo, sin embargo, no recuerdo haberlo encontrado
antes, ni haber conversado con usted.
SHPRIJ. - ¡He oído hablar tanto de usted, que
hace mucho que deseaba conocerlo!
ARBENIN. - De usted no he oído hablar nada, por
desgracia, pero desde luego ya me enteraré. (Secamente responde al
saludo, y Shprij, haciendo una mueca agria, se aleja). No me gusta... He visto
muchas caras, pero ésta es difícil de inventarla. A
propósito: la sonrisa mala, los ojos vidriosos. Mirándolo no
parece un hombre y, sin embargo, no parece un demonio.
KAZARIN. - ¡Ay, hermano mío!;
¿qué vale el aspecto exterior? Que sea el mismo demonio... pero es
un hombre necesario. Si te hace falta, te dará un préstamo.
¿De qué nacionalidad será? Es difícil responder.
Habla en todos los idiomas y lo más seguro es que sea judío. A
todos los conoce, está en todas partes, todo lo recuerda, todo lo sabe,
tiene presente a todo nuestro siglo. Fue vencido más de una vez; pero con
los ateos es ateo, con los creyentes, jesuita; entre nosotros, jugador perverso,
y entre la gente honrada, el hombre más honrado. Para ser más
breve, ya lo amarás, te lo aseguro.
ARBENIN. - El retrato es bueno, pero el original es malo.
¿Y aquel alto, con bigotes, y de mejillas rosadas? Seguramente mercader
de una tienda de moda; amante preferido, venido de tierras lejanas. Seguramente
un héroe, pero no en los hechos; maestro en el manejo de la pistola.