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La Fenomenología en su objetivo manifiesto es la historia -y el título de la obra ya lo indica- de la aparición o manifestación de la conciencia, y de un despliegue de las épocas de formación de la conciencia sobre el camino que conduce al saber filosófico. También la Fenomenología expone -y Engels precisamente lo ha indicado- la evolución de la conciencia individual en sus diferentes grados de madurez, y que este desarrollo se muestra cómo abreviada reproducción de los estadios que la conciencia de la humanidad tiene que recorrer históricamente. La Fenomenología como ciencia es el verdadero saber del espíritu de sí mismo. De ahí que ella sé proponga como remate el saber absoluto. Lo absoluto, del que se aspira a saber, no es ser, sino evolución y postura de las diferencias y oposiciones que son las vallas a superar por el saber.

La Fenomenología del Espíritu puede, en algún aspecto, sugerir la posibilidad de un antropología filosófica idealista. Sabemos ya que, en Hegel, la sustancia deviene sujeto. Estamos ante la epifanía del espíritu, de su entrada como protagonista de todo el proceso histórico universal. La sustancia se ha subjetivizado como espíritu absoluto, pero el espíritu sapiente ya no es el hombre histórico y concreto porque este ha sido recogido, absorbido en el espíritu absoluto. Se opera así la deificación del espíritu absoluto, consecuencia del devenir humano (Menschwerdung) de la divinidad. Es que, para Hegel, "Dios ha muerto" y la sustancia ha devenido espíritu. De ahí que la Fenomenología no sea, en su intención, una antropología filosófica ya que ella no ha supuesto al hombre como hombre, sino sólo como espíritu autocognoscente.

Los criterios que podemos llamar antropofilosóficos, en la Fenomenología son sólo estaciones de tránsito hacia su meta. Así, las consideraciones sobre el hombre estoico, sobre el del escepticismo, y el de la conciencia infeliz, y sobre el siervo como el hombre que llega a ser autónomo sólo en la idea, en la conciencia, nos muestran la situación deficitaria de estos tipos de hombre, que no alcanzan a aprehender su propia esencia, que es un hacerse a sí misma a través del esfuerzo y las vicisitudes del procesó histórico. Que las ricas y profundas consideraciones de la Fenomenología acerca de la evolución de la conciencia hayan sido tenidas en cuenta por la filosofía contemporánea como incitación para sus enfoques antropofilosóficos, no arguye nada en favor de la tesis de que la Fenomenología es una entropología filosófica.

Los intentos contemporáneos, el de Heidegger y el de Sartre, moldeado este último sobre el del primero, pero con un sentido esencialista, que no altera la tradicional relación entre existencia y esencia, muy poco o nada positivo aportan a este respecto. El homúnculo de Heidegger, el hombre de la "angustia" solipsista, el desvalido pastorcillo de un ser mitologi-zado, y el homunculillo de Sartre, el hombre tramposo de la "mala fe", flotan sin nexo efectivo con las circunstancias históricas del presente.

Al hombre, en su universalidad, así como en su concreción histórico-epocal no se lo puede apresar -respondiendo a la pregunta ¿qué es?- en un juicio positivo de determinación (definición). El hombre actual, por ejemplo, entraña una multiplicidad de posibilidades, muchas fallidas con relación al pasado inmediato, pero otras con apertura hacia el futuro.

Además, el hombre -alienado secularmente de su esencia- no es, sino que es un eterno llegar a ser humano. Aquellas concepciones antropofilosóficas del presente, así como otras con cierta vigencia, son trampas puestas contra las proteicas posibilidades de su esencia, nociones que interceptan el desideratum hacia el hombre total, el constante devenir del hombre hacia su totalidad, siempre inconclusa en virtud de la estructura histórica que le es inherente.

 

 
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