En síntesis, la conciencia
individual es para sí misma la verdad. En el estoicismo, esto acontece porque ella considera sus ideas sobre el mundo como las únicas verdaderas, y el mundo mismo en su consistencia peculiarmente verdadera desaparece, se esfuma detrás de ellas. Inversamente, en el escepticismo, la conciencia individual ve su libertad y omnipotencia en el hecho de que ella no adhiere efectivamente a ninguna verdad, sino que se mantiene libre de las verdades. De ambas posiciones, en implicación dialéctica, resulta la acti-tud de la conciencia infeliz. Ésta, como conciencia individual, se mantiene escindida en sí misma entre ambos puntos de vista, y en esto radica lo trágico de su situación. Aquí ella se sabe dividida, suspensa en la dualidad, entre su propio ser y otro mundo distinto de ella.
La conciencia infeliz se presenta como una
figura de la conciencia individual subjetiva; la religión se relaciona ocasionalmente con esta figura, así como con otras. Tal figura tiene, en Hegel, una máxima generalidad y no expresa específica e integralmente el fenómeno religioso ni ninguna religión determinada. Si Hegel describe la conciencia infeliz apelando a términos y a contenidos vivenciales tomados de la experiencia religiosa y concretamente del cristianismo medieval es con el propósito de ejemplificar y también porque esta figura le permite indagar y reflejar un aspecto fundamental de la conciencia religiosa. Esto ha sido bien notado por Josiah Royce: "Considerada, por decirlo así, metafísicamente, implica una interpretación evidentemente individual de la relación del individuo con el universo. Lo que la conciencia infeliz busca, puede, pues, llamarse Dios. Podría también llamarse Paz o el yo ideal".