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¿Dije todos? Me equivoco. Uno de ellos era rengo y no
había podido bailotear como los otros. Cuando, muchos años
después, le reprochaban su tristeza, solía decir: "Es muy
sombrío el pueblo desde que se fueron mis compañeros. Y no puedo
olvidar que estoy privado de contemplar todos esos maravillosos
espectáculos que también a mí me prometió el
Flautista. Decía que nos conducía a una tierra de gozo, que estaba
muy cerquita del pueblo, allí nomás, donde brotaban fuentes y
crecían árboles frutales y las flores desplegaban matices
más hermosos y todo era extraño y nuevo, donde los gorriones eran
más brillantes que los pavos reales y los perros más veloces que
las corzas, y las abejas habían perdido sus aguijones y los caballos
nacían con alas de águila. Y justo cuando me sentí seguro
de que en ese lugar iba a curarme de mi renguera, la música se detuvo y
yo me quedé allí parado, del lado de afuera de la montaña,
abandonado muy a pesar mío y obligado a seguir rengueando en este mundo y
a no volver a oír nunca más hablar del hermoso
país".
¡Desdichado Hamelin! A muchos vecinos les vino a la mente
eso de que es más fácil que un camello pase por el ojo de un aguja
que un rico entre en el cielo.
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El flautista de Hamelin
de Robert Browning
ediciones elaleph.com
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