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Durante el día las ventanas permanecen cerradas con persianas para evitar la entrada de los rayos solares, pero sin obstaculizar a los moradores de la casa la visión de la calle. En este magnífico escondite, vestidas con una bata matinal adecuada al clima, una especie de peinador del más fino hilo, encontramos a las señoras y niñas fumando cigarrillos o bien un cigarro, en afable charla o sentadas al plano, el cabello sin toca alguna, aun en las damas de edad madura, y sin más adorno que una flor recién abierta en el lado izquierdo de la cabeza, entre los rulos. Ataviados con este exótico atuendo tropical, las mujeres ascienden a sus volantas (en las familias adineradas hay una a disposición de cada miembro, pues el pie de una habanera jamás pisa el ordinario suelo que está demasiado húmedo, cuando no muy polvoriento para sus chapines de raso blanco. Salen a recorrer las tiendas para examinar las mercancías que habrán de adquirir y que los dependientes sacan a la calle. Solamente en las horas más calurosas del día, cada uno se retira a sus aposentos íntimos y las alegres figuras de cabeza descubierta y sin parasoles se marchan con sus volantas para reaparecer alrededor de las seis o siete de la tarde.

Antes de las cinco comienza la verdadera toilette, pues para la mesa, es de rigor el traje convencional. Cuando las damas se presentan a mediodía, su vestmienta parece poco alterada: las mismas prendas de batista guarnecidas de puntillas, es decir el mismo género, pues la camisa se cambia dos o tres veces al día, un vestido del más fino hilo, adornado asimismo con puntillas auténticas, pero de mangas cortas y escote profundo. En los cabellos una flor fresca y a menudo un peinetón de carey calado que sujeta a la cabeza un largo velo orlado de encajes que hace pensar en un vestido de novia o de baile. Completan el atuendo delicadísirnas medias de seda blanca y chapines de raso igualmente blancos. Quien contempla por primera vez este lujo, no alcanza a comprender cómo se puede vivir con tanta prodigalidad, pues advierte enseguida que esos vestidos tan pronto son sometidos al lavado, no pueden volver a cubrir el cuerpo de las caprichosas habaneras y pasan junto con los chapines de raso a manos de las negras que a su manera se truecan en las más abominables figuras satíricas de aquellas ninfas. Aun cuando la figura de la mujer cubana jamás fue sacrificada por un corset, o tal vez porque jamás desfiguró su cuerpo un corpiño, goza del doble atractivo de sus formas naturales y de los movimientos libres que resulta particularmente encantador al ojo europeo, acostumbrado a ver cuerpos acorazados y tierra en los ademanes. No queremos llegar al extremo de ese padre jesuita que consideraba apropiado vestirse en cada país según la costumbre en él imperante y exigía un nudismo absoluto, sino deseamos tan sólo que nuestras damas se sintieran transportadas ala atmósfera tranquila del mediodía cubano, con un calor de más de 38º C para que comprendieran cómo la necesidad climática se torna imperativa sin llegar no obstante a lesionar en lo más mínimo las buenas costumbres. Admito que el ojo del nórdico inexperto es sometido a una dura prueba cuando ve agitarse en su inmediata vecindad el seno semidesnudo de las criollas, y comprendo la indignación de los virtuosos viajeros europeos que vituperan la osadía habanera sin sospechar que en cuanto a moralidad esas jóvenes damas no le van un ápice en zaga a muchas de sus hermanas europeas que se abrochan y abotonan las prendas hasta los dientes.

 
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de Jegor von Sivers

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