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Con todo esto de suponer era que en la corte de Madrid no
reinara ni la alegría ni la abundancia. Más bien la aflicción y el tedio y una
suerte de monacales enredos y severas costumbres que en nada le irían a mi
natural fogoso y despilfarrador. Pero si has de elegir, lo harás del mal el
menos y yo no quería dar con mis huesos en una mazmorra ni terminar acuchillado,
ni ser redentor de viejas ni mucho menos verme enredado en otros pervertimientos
que repugnaban a mis sencillas propensiones. Y sin más, nos encaminamos para
España por ver si daba con un poco de sosiego para mis ajetreadas carnes.
Viniendo de tan fastuosa corte, y pese a la tacañería personal
del Rey Sol, encontré Madrid enfangado, tan cubierto de basuras, inmundicias y
tal cantidad de privadas que hasta el olfato más romo herían. Sus gentes, de
habitual dicharacheras, atacadas parecían de un general entristecimiento que yo,
sin duda con irreverente razonar, me pregunté si no sería más porque nuestro
soberano no concluía de hincar el pico que por la pesadumbre que su enfermedad
producía en el avispado y socarrón pueblo de Madrid.
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El don prodigioso - Memorias de un caballero español en la corte de don Carlos II El Hechizado
de José María Páez Balgañón
ediciones Voyeur
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