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En una amanecida brumosa y libre de moros en la costa, tomamos
un par de corceles, que si mal no recuerdo en débito estaban todavía, y nos
escabullimos de París a gran premura.
Entre estas varias cogitaciones acudía yo a mi país, recordando
que mi buen señor Carlos II andaba achacoso de unos y otros males y de tal modo
pesaroso por el no lejano fallecimiento de su amada María Luisa, nuestra reina,
que se pasaba el día sumido en el llanto y la melancolía. Amén de esto, le
habían a toda prisa esponsado con doña María Ana, una bávara de malos genios,
que lo tenía atosigado con sus preñeces, pues más de doce tuvo y todas pura
patraña, sólo por caerle bien a su señora suegra, quien a toda costa quería un
heredero. En viendo que las preñeces no eran tales, los dominicos se empecinaron
en sacarle el hechizamiento a nuestro monarca a fuerza de exorcismos y
jaculatorias.
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El don prodigioso - Memorias de un caballero español en la corte de don Carlos II El Hechizado
de José María Páez Balgañón
ediciones Voyeur
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