Confieso que cayeron de un tirón. No aprecié en ellas la
pretensión de ser un retablo de las costumbres de la época, sino, a mi modo de
ver, un desahogo de mi antepasado, que bien podría tildarse de desvergonzado. El
sustento del relato es un hecho disparatado, que cierto o no, da lugar a un
muestrario de tunanterías y libertinas aventuras, que sitúa la obrita -salvando
las distancias naturalmente- entre la picaresca y la novelilla galante. Por otro
lado la naturalidad., por no decir desfachatez, con que mi antepasado admite su
manga ancha en cuestiones de honor, moral y otras virtudes de la época, y su
vivacidad para inventar trapacerías, me cayeron en gracia.
Diría que hasta me provocaron una reflexiva sonrisa.
Pensé que sería una lástima no redimir tan curioso documento
del abandono en que se encontraba. Así que decidí darlo al público si se me
presentaba ocasión. Alguna corrección introduje, sobre todo para modernizar
giros que ahora resultarían poco comprensibles y aligerarle de párrafos
excesivamente farragosos. Aquí me veo en la obligación de reconocer que mi
tatarabuelo se despacha a gusto en lo escabroso de ciertos pasajes, pero como a
mi entender lo hace de modo tan natural que más peca de ingenuidad que de
indecencia, tal como él los parió así los he dejado.