-Lamento, padre, los quebrantos que mi comportamiento os ha
producido, pero he de deciros que lo que en esta corte es pecado, en aquélla es
alegría, lo que aquí es recato allí es simplicidad y lo que aquí es discreción
allí es poquedad de ánimo. Hube de hacer lo que allí se hacía pues de otro modo
me hubiesen tomado por avaro, necio o cobarde.
-Sé que de mal natural no eres, sino joven y, por ello, de
escasa cabeza; pero, antes que imitar el vicio, debiste recordar tu crianza y
que esas disipaciones de allende las fronteras son indignas de un buen cristiano
y tornar al hogar sin más demora.
No tuve lugar para respuesta, pues a la puerta oí revoleo de
sayas y apareció mi madre, quien echándome los brazos al cuello, exclamó:
-Alabado sea el Señor, que por fin nos ha devuelto este hijo
descarriado. Benditos los ojos que te ven, Fadrique.