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-¡Oh! mi venganza todavía no está completa -contestó febrilmente.- Es preciso que yo ocupe el lugar de Luis; es preciso que "él" me vea arrastrada ante un tribunal, encerrada en una cárcel! ¿Cómo puede hacerse la revisión del proceso, anular la sentencia? ¿A quién debo revelar la verdad, toda la verdad? Ese es el consejo que aguardo de usted.

Yo no debía ni quería aparecer a sus ojos como colaborador de su venganza; pero ésta y la justicia se confundían en la emergencia. Condené, pues, su extravío, su rencor implacable - exceso de amor - pero le indiqué el procedimiento que debía seguir para libertar a su marido inocente. Y, para no desalentarla, callé mi convicción de que resultaría absuelta. Yo mismo me encargué de presentar ante la Corte de Casación de Bruselas, el "hecho, nuevo" de la confesión de la verdadera culpable, Amelia Delandsheere, corroborada por la declaración del cerrajero que le hizo la llave falsa y por otras pruebas de menor cuantía. La tramitación fue larga porque a la justicia no le gusta equivocarse, o mejor dicho, convenir en que se ha equivocado. Pero al fin se revocó la sentencia condenatoria de Amberes, y el proceso pasó a la Corte de Assises de Bruselas.

Comparecieron Amelia y Luis, pero trocados los papeles: Amelia como acusada, Luis como testigo y presunto cómplice. Entre los muchos llamados a declarar figurábamos también, Van Niewenhuyse y yo. Fortalecido por la confesión plena de Madama Delandsheere contribuí eficazmente a restablecer los hechos tal como los había sospechado en un principio y tal como eran en realidad, pero logré demostrar que, ciega de celos, la esposa ultrajada había obedecido a explicable pasión convirtiéndose en homicida al sorprender infraganti a sus ofensores. Van Niewenhuyse abundó en el mismo sentido y el abogado defensor Maître Edmundo Picard, hizo lo demás con su reconocida elocuencia y eficacia.

Era difícil que el jurado respondiese "no" a la primera pregunta: "¿Ha habido homicidio?" en cuyo caso Mma. Delandsheere no escaparía al presidio más o menos largo. Era difícil, también, porque a los jurados, hombres al fin, no les agrada que las esposas maten a sus maridos o a las amantes de éstos, sobre todo desde que se puede divorciar. Pero la actitud de Amelia, análoga a la de Luis en el proceso anterior, el cuadro que, en pocas palabras sencillas y conmovidas, hizo de su amor, sus celos y su desesperación, le captaron universales simpatías. Tanto que, después de deliberar dos horas largas, el jurado que había discutido acaloradamente, volvió con un veredicto absolutorio, por unanimidad, salvo una disidencia que establecía el homicidio, pero admitía las circunstancias atenuantes.

Y Maître Van Wintham cerró su relato diciendo: - Una vez en libertad los esposos Delandsheere - Van Mierdick volvieron a unirse. Pero la misma pasión de Amelia se había extinguido: fue demasiado lejos. Han acabado de separarse de mutuo acuerdo, y ahora ni se ven. Tal es mi historia. La habré contado mal, pero confiésenme ustedes que el crimen, es "un lindo crimen".

 
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Un lindo crimen de Roberto J. Payró   Un lindo crimen
de Roberto J. Payró

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