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-Pero la Browning... ¡Esa Browning la compró su esposa en la armería de la plaza Meir!

-Yo le pedí que la comprara, pretextando que iba a salir de viaje... ¡Nada tiene que ver mi esposa en este asunto! Demasiado sufre la desdichada por mi culpa. ¡Déjenla ustedes, en paz por Dios!

-¿Pero que móvil lo ha impulsado al crimen? ¡Diga, hable usted!

-¿Para que repetirlo? Yo mismo no lo sé. . . Un acceso de locura erótica... de sadismo.

-Un acceso preparado de antemano, ¿premeditado?

-Lo que usted quiera.

El informe de los médicos psiquiatras le declaró en pleno goce de sus facultades mentales, llamando la atención sobre su serenidad y lucidez. Esto lo probó cuando la reconstrucción de la escena, en la que no dejó detalle sin explicar ni duda por desvanecer: la había estudiado bien a fondo en a soledad de la celda, más a fondo de lo que hubiese estudiado sus coartadas un astuto criminal.

-¡Para que tanto investigar - decía con helada ironía - cuando yo mismo me confieso culpable!. . .

Cerrado el sumario y pasado a la Cámara de Acusaciones, levantóse la incomunicación a Delandsheere. El mismo día Amelia pidió permiso para visitarle, y naturalmente lo obtuvo. La vi entrar en la cárcel pálida, enflaquecida, con ojos que las grandes y hondas ojeras azules hacían más brillantes. Estaba más hermosa que nunca y evocaba, con su porte altivo, a la María Antonieta yendo al cadalso de los cuadros y estampas realistas. Pidió que la dejaran sola con su marido, que la miraba sin decir palabra, con ojos de dolor y de reproche, - según la opinión no muy fehaciente del carcelero que me contó. Este hombre no pudo ver ni oír lo que pasó entre los esposos, pero imaginé una escena poco trivial por cierto, una de esas escenas de amor y de dolor que nos empañan los ojos en el teatro y que luego tachamos de inverosímiles. El hecho es que cuando el defensor de Luis, advertido de la visita, se presentó en el calabozo tratando de aprovechar la coyuntura para salvar a su cliente, halló a la joven de pié, con los brazos cruzados, en actitud inexorable, y a su marido, lejos de ella, como anonadado bajo el peso de sus acusaciones.

Amelia Delandsheere no volvió más a la cárcel.

Abreviando: la Cámara de Acusaciones resolvió que la causa se debatiese en la próxima Cour de Assises y pasó el sumario al Procurador del Rey, Maître De Boeck, quien requirió, en una vibrante acta de acusación, la pena de muerte contra Luis Delandsheere, culpable de asesinato premeditado y alevoso. Aunque le pena de muerte está abolida de hecho en Bélgica, la noticia conmovió profundamente a la burguesía y el pueblo de Amberes.

Las sesiones de la Cour de Assises son, en general, solemnes, pero las de aquel año resultaron majestuosas.

 
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Un lindo crimen de Roberto J. Payró   Un lindo crimen
de Roberto J. Payró

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