-¿Qué es de esa vida? ¿Dónde andás metido? ¿Por qué no vas nunca a verme?
-¡Qué quieres, Máximo! ¡Cómo para visitas! ... Llevo una vida de perros, estoy en la miseria, y no he ido a verte porque en la grandeza se olvida a los amigos pobres y a veces se les ofende con una limosna que no piden.
-Pues yo no te he olvidado - exclamó, efusivo, el dictador. - ¡Cómo no acordarme del más brillante de mis condiscípulos, del compañero de correrías en la niñez! No caviles más y acompáñame a la casa de Gobierno porque ya iba de vuelta. Quiero que me pongas al corriente de tu vida. Has de tener mucho que contar... Y no perderás el tiempo, no, porque estoy dispuesto a ayudarte.
-Nada pido, Máximo - replicó Carlos X., con altivez, pero sin enojo.
-¡Qué hombre éste! No he querido ofenderte. Dije mal. Es posible que te necesite, ¿estás contento así?
-Te lo agradezco, Máximo.
Y echaron a andar juntos.
Carlos X tenía talento, pero mala suerte, y en aquella época, con el país trastornado, la fortuna particular solía sufrir formidables fluctuaciones. Y producida la ruina, con o sin culpa del paciente, ni la iniciativa, ni la inteligencia, ni el trabajo servían por el momento para sacarlo a flote.
-Los tiempos malos y los negocios peores - contó Carlos cuando estuvieron sentados tomando el mate que les servía un negrito ordenanza - me han conducido, en efecto, a una situación realmente desesperada. En pocos años y aunque nunca haya cesado de trabajar sin descanso, se me fue por un camino cuanto me dejó mi padre - que no era mucho - y cuanto había conseguido ganar anteriormente por mis cabales, que no era poco... Una empresa constructora de barrios nuevos me llevó media res, una sociedad industrial casi toda la otra y el resto nos lo hemos ido comiendo para vivir... A tal extremo que hoy en día ni mi pobre mujer, ni mis cuatro hijitos tienen ya una pilcha que ponerse - no digo empeñar - y en casa suele faltarnos el imprescindible zoquete de "tumba" nacional.... Lo último que nos queda por perder es el buen humor y la energía... Ahora me veo de puro levitón corrido - o más bien "trama" de levitón - y puede que mañana o pasado me encuentres descalzo y de frac - porque ya no me queda bueno más que el frac de mi casamiento, despreciado hasta por los mozos de café que se surten en las ropavejerías...
Hablaba como en broma, con esa delicadeza que suelen ostentar en la desgracia los hombres de estas tierras, para quienes los reveses de fortuna son fenómenos naturales nunca sin remedio.
El dictador permanecía silencioso, reflexivo, hasta que, de pronto:
-Eras muy fuerte en cálculo, - dijo.
-Así, así.
-Has de ser un buen administrador
-De lo que no es mío, sí, porque no me aventuro; de lo que es mío... basta con mirarme.
-¡Perfectamente!- exclamó su excelencia. -Ya encontré.
Escribió unos renglones, tocó el timbre y ordenó al empleado que acudía: