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Porque para él era la evidencia misma que si el Presidente le nombraba Administrador General de Aduanas, conociendo su acrisolada integridad, era porque deseaba sanear esa repartición, una de las más corrompidas sino la más corrompida de toda la máquina gubernamental. No se nombra a un ciudadano cuya honradez se mantuvo intachable en medio de la mayor miseria, precisamente cuando todo el mundo se infectaba en indelicadeza y latrocinio, para que siga cometiendo los delitos de que se hicieron reos los demás, sino para que cure, para que cauterice la llaga.

Y nuestro hombre trabajó con alma y conciencia haciendo prodigios de iniciativa y de energía, pero sin lograr en la administración el cambio radical que soñaba. Sus quejas, sus pedidos de destitución de empleados inútiles o depravados, se empantanaban en el Ministerio de Hacienda y ya no salían ni para atrás ni para adelante. El contrabando seguía imperante, sobre todo en los puertos y fronteras difíciles de inspeccionar a causa de la distancia, pero como había disminuido algo, especialmente en la capital, donde él tenía su asiento, la renta pública aumento en cantidades apreciables.

-¡Qué sería si el Ministro de Hacienda no me pusiese trabas! ¡Lástima que Máximo no lo sepa! ¡Porque no debe de saberlo!. Pero yo se lo diré, ¡vaya si se lo diré!

Estrellándose sus excelentes intenciones en la inercia o la mala fe del Ministro, la obra de Carlos resultaba deslucida, apenas diferente de la de sus antecesores, motejados con razón de corrompidos y venales, cuando no simplemente de émulos de Caco. Y el infeliz sufría con los injustos y violentos ataques de la oposición que lo denigraba, sobre todo en la prensa extranjera, porque la del país estaba preventivamente amordazada, y bien amordazada, ¡vive Dios!

-Así acusan también al pobre Máximo - pensaba -. Pero eso no me consuela, porque se me está haciendo una iniquidad!

Lo peor es que los amigotes del gobierno comenzaron también a minarle los cimientos porque trabajaba contra sus intereses. Resultaba demasiado incómodo, no sólo para los contrabandistas "derecho viejo", sino también para los comerciantes - y séquito - que, valiéndose de aquéllos, acrecentaban sus beneficios por un lado y hacían por otro desleal y ruinosa competencia a sus colegas, que o más honrados o menos listos, se atenían hasta cierto punto a la observancia de las leyes aduaneras, y en menor escala a las cifras de las tarifas de avalúos; porque esas cosas no se respetan completamente sino a la fuerza. Pero contra este mar de fondo, y contra algunas oleadas visibles ya, porque sus crestas solían aparecer en forma de noticias insidiosas en los periódicos paniaguados. Carlos creía contar con un arma infalible.

-Máximo me sostendrá hasta el fin de mi campaña - se decía.

Pero cierta mañana vio, con asombro bien comprensible, un suelto del diario oficioso anunciando su inminente renuncia e indicando ya el nombre del presunto sucesor.

Azorado, pero convencido de que se trataba de un error, acudió a la casa de Gobierno y pidió una audiencia que le fue inmediatamente concedida.

-¿Qué te trae por aquí? - preguntó el dictador.

 
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Charlas de un optimista de Roberto J. Payró   Charlas de un optimista
de Roberto J. Payró

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