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El empleado salió corriendo a tiempo que Carlos se levantaba, muy grave, muy digno, sin la sonrisa irónica que antes le iluminaba el rostro.

-¡Muchas gracias, Máximo! - exclamó; - muchas gracias, pero ya te he dicho que no pido ni recibo limosna. ¡Ni de mi mejor amigo! Gracias a Dios todavía puedo trabajar y ya encontraré trabajo.

Había tomado el sombrero para retirarse y tendía la mano al dictador.

-¡Quién habla de limosna! - replicó éste. -Porque mandaba ese papel al Ministro de Hacienda, has supuesto... Pues no se trata de semejante cosa... ¡Vaya! Deja el sombrero, siéntate y sigamos conversando como buenos amigos.

-Yo había creído...

-Habías creído mal.

El negrito, como un azacán, seguía acarreando mate.

-¿Qué te parece esta yerba que me traen especialmente del Paraguay?

Y la charla tomó el rumbo de las generalidades familiares y se engolfó en los recuerdos comunes hasta que - sin mucha tardanza - llegó el empleado con un documento extendido en papel de oficio.

-Sírvase su Excelencia.

El dictador recorrió rápidamente el escrito, que ya llevaba una firma, lo firmó a su vez mientras el escribiente se retiraba. Y encarándose con Carlos:

-¿Quieres trabajar? - preguntó. - ¿Quieres ayudarme a servir al país?

-¡Qué duda cabe!

-Pues toma.

Y pasó el papel a Carlos que leyó con verdadera estupefacción, volvió a leer como temiendo haberse equivocado y por último se precipitó hacia el gobernante, tropezando en los muebles, enredándose en la alfombra, tendiéndole los brazos y exclamando:

-¡Pero éste es un cuento de las Mil y Una Noches! ¡No es posible! ¡Nada menos que Administrador General de Aduanas! ¡Oh, Máximo, Máximo! ¡Me devuelves la vida! ¡Eres mi segundo padre!

El dictador le estrechó la mano con cierta emoción, satisfecho de aquel entusiasmo, sonriendo ante la felicidad de su condiscípulo y pensando quizás en que el obrar bien suele traer consigo sus satisfacciones. Pero si lo pensó no tardó en olvidarlo.

-De algo han de servir los amigos - dijo. -Ahora anda... y que aproveche.

Carlos X. corrió a dar la buena nueva a su familia, que vio naturalmente, el cielo abierto; y no durmió aquella noche, combinando planes de administración ejemplar.

Impaciente, como parejero que ve a sus competidores en la cancha, a primera hora acudió a las oficinas para tomar posesión de su puesto y comenzar sin tardanza sus tareas regeneradoras.

-Hay que hacer una barrida general para que el pobre Máximo no siga siendo el blanco de las calumnias de la oposición. Se necesita un buen escobazo, y yo lo daré sin pararme en las barras.

 
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Charlas de un optimista de Roberto J. Payró   Charlas de un optimista
de Roberto J. Payró

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