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Tesoro de Habas hizo una señal afirmativa, pues no tenía alientos para hablar, y Flor de Guisante, haciendo chasquear el pulgar de su mano derecha contra el dedo de en medio exclamó:

-¡En marcha garbanzo!

Y el garbanzo estaba ya a más de quinientos kilómetros del campo florido de la princesa Flor de Guisante, y, Tesoro de Habas seguía buscándola con la vista.

-¡Ay de, mi! -gimió.

Sería rebajar la velocidad del garbanzo decir que recorría el espacio con la rapidez de una bala de fusil.

Los bosques, las ciudades, las montañas desfilaban infinitamente más de prisa que las sombras chinescas de Serafín bajo la varita mágica del famoso prestidigitador. Ratamago. Los más lejanos horizontes no acababan de dibujarse cuando el garbanzo los atravesaba y Tesoro de Habas se esforzaba en vano por verlos a sus espaldas: miraba enseguida hacia atrás, pero ya habían desaparecido. En fin, había tomado muchas veces la delantera al sol y muchas veces habíale el sol alcanzado para quedarse de nuevo rezagado en bruscas alternativas de días y de noches, cuando Tesoro de Habas se convenció de que estaba muy lejos de la ciudad adonde debió dirigirse para vender en el mercado los tres cuartillos de habas que llevaba.

-El resorte de este vehículo es bastante curioso -pensó-. Partió como una flecha la dichosa carretela antes que Flor de Guisante le dijese dónde tenía que parar, y no sería extraño que este viaje durase siglos y más siglos. La linda princesa, que desapareció como por ensalmo, me explicó la manera de poner en marcha esta maldita carretela, pero no el modo de pararla..

Tesoro de Habas recurrió a todas las interjecciones mal sonantes que altamente escandalizado, había oído de los labios blasfemos de todos los carreteros y arrieros, gente mal educada y peor hablados, pero en vano: la carretela seguía corriendo cada vez con más velocidad; y mientras 61 rebuscaba en su memoria, para variar sus apóstrofes, los eufemismos que la retórica no podría enseñar, la señora carretela cruza-, ba latitudes y reinos y más reinos. .

-¡Que el diablo te lleve, maldita carretela !-exclamó Tesoro de Habas. ,Y el diablo, obediente, llevó la carretela de los trópicos a los polos y de los polos a los trópicos y la paseó por todos los círculos de la esfera, sin que le importaran los cambios bruscos de temperatura, tan perjudiciales para la, Balud. Y seguramente habría muerto abrasado o helado de frío si Tesoro de Habas no hubiera poseído un talento admirable.

-¡Que no haya caído antes en ello! -se dijo para su coleto. Si Flor dé Guisante sólo,tuvo que decir: ¡En marcha, garbanzo! ,para que la carretela paratiese con la velocidad del rayo, es lógico que se parará diciendo todo lo contrario.

Y haciendo chasquear el pulgar de su mano derecha contra el dedo de en medio según había visto hacer a Flor de Guisante, gritó:

-¡Para garbanzo!

El garbanzo se paró en seco y quedó más inmóvil que si lo hubieran clavado en el suelo.

Tesoro de Habas bajó del carruaje, lo recogió con mucho cuidado y se lo guardó en la bolsita de cuero que llevaba colgada de la cintura para las muestras de habas; pero antes sacó la maleta.

Los viajeros no han descrito el lugar donde paró la carretela de Tesoro de Habas. Bruce supone que estaba situado a orillas del Nilo; Douville cree que pertenece al Congo y Caillé a Tombuctu.

Era una planicie árida, tan rocosa y salvaje que no se hubiera encontrado un brezo en que guarecerse, ni un poco de musgo en que apoyar la cabeza, ni una planta nutritiva o refrescante para calmar el hambre o apagar la sed.

Pero esto no preocupaba a Tesoro de Habas.

Oprimió con un dedo el resorte de la maleta, y sacó uno de los tres cofrecitos de que le había hablado Flor de Guisante.

Abrióse el cofrecito levantándose la tapa como la capota de la carretela, y Tesoro de Habas sembró su contenido en un hoyito hecho con su almocafre.

-Venga lo que venga -dijo-, lo cierto es que yo necesito una tienda para pasar en ella la noche, aunque sólo estuviera formada con una planta de guisante, algún alimento, aunque no fuese más que un puré de guisantes con miel; y una cama para acostarme, aunque sólo fuese una pluma de colibrí; pues no quisiera presentarme a mis padres muerto de hambre, de cansancio y de sueño.

No había acabado Tesoro de Habas de pronunciar estas palabras, cuando vio surgir de la arena una espléndida tienda en forma de planta de guisante, que se ensanchaba apoyada de trecho en trecho en barras de oro, adornada con preciosas flores de guisantes, y dibujando arcos de cuyas claves pendían arañas de cristal puro y provistas de innumerables bujías perfumadas, cuyo resplandor habría ofuscado a un águila de siete años que las mirara desde una legua de distancia.

A los pies de Tesoro de Habas extendíase una alfombra de hojas de guisantes, exornada con multitud de flores matizadas con todos los colores del arco iris, maravillosamente combinados, y sobre la magnífica alfombra apareció una mesita que parecía próxima a romperse bajo el peso de los dulces y confituras de uvas de Corinto, negras como el azabache de los alfónsigos, de las grajeas de culantro y de las ananas que rodeaban una fuente de porcelana llena de dulce puré de guisantes.

En medio de tantos esplendores, Tesoro de Habas descubrió el lecho que había deseado, es decir, la pluma de colibrí, que brillaba en un rincón como rubí desprendido de la corona del Gran Mogol, y tan pequeña que la hubiera podido tapar con un grano de mijo. Tesoro de Habas se dijo que semejante cama no respondía a la magnificencia de la tienda; pero a medida que la miraba, la pluma de colibrí se iba multiplicando, de suerte que al cabo de un momento las plumas de colibrí formaron un montón de blandos topacios, de flexibles zafiros, y de elásticos ópalos en el que una mariposa hubiérase hundido al posarse sobre él.

-¡Ah! -exclamó Tesoro de Habas... ¡Qué bien voy a dormir en esta cama!.

Huelga decir que nuestro viajero se apresuró a hacer honor al banquete y acostarse enseguida.

El amor hacía latir con violencia su corazón; pero a los doce años el amor no quita el sueño, y Flor de Guisante habíale dejado la impresión de un hermoso sueño, que sólo el sueño podía conservar. Razón de más para que se durmiese.

Pero Tesoro de Habas era demasiado prudente para entregarse confiadamente al sueño antes de explorar los alrededores de su tienda, cuyo resplandor hubiera podido atraer desde muy lejos a los bandidos o a las tropas del rey. Salió, pues, de su mágica vivienda, con el almocafre en la mano, como de costumre que no ocurría novedad en su campamento.

Cuando hubo llegado a la frontera de sus dominios (es decir a un pequeño torrente seco que un chico hubiera saltado sin dificultad), Tesoro de Habas se detuvo estremeciéndose involuntariamente, pues el miedo es común a todos los hombres, por valientes que sean, y se quedó pensativo. ¡Y a fe que tenía motivos para reflexionar sobre el espectáculo que se ofreció a su vista!

 
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Tesoro de habas y flor de guisante (cuento de hadas) de Carlos Nodier   Tesoro de habas y flor de guisante (cuento de hadas)
de Carlos Nodier

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