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-¡Oh, qué dicha! -exclamó Tesoro de Habas-. ¡De manera que no os casaréis con el rey de los grillos? -No, no me casaré con él -respondió Flor de Guisante-. Pero oíd lo que ha sucedido. Apenas le había manifestado mi inquebrantable resolución, el odioso Cri-Cri (que así se llama ese monarca) se precipitó sobre mi carretela, como si quisiera destrozarla, y cerró brutalmente la capota. ¡Cásate, ridícula, impertinente y presumida muñeca -me dijo-; cásate... si tu novio viene a sacarte de este coche! Por mi parte, renuncio a tu reino, que no vale para mí un comino, y a tu mano que aprecio tanto como un garbanzo.

-Si pudierais decirme dónde se ha escondido el rey de los grillos -exclamó indignado Tesoro de Habas-, os aseguro, princesa, que le haré salir con mi almocafre y os lo entregaré atado de pies y manos. Sin embargo, comprendo su desesperación -añadió-, pasándose una mano por la frente-. ¿Me permitís, linda princesa que os acompañe hasta vuestros Estados, para poneros a cubierto de sus asechanzas?

-Aceptaría gustosa vuestros ofrecimientos, generoso Tesoro de Habas, si estuviera lejos de mi frontera; pero ved ahí un campo de guisantes en flor, donde cuento con muchos individuos fieles y adonde no pueda acercarse mi enemigo.

Así diciendo, golpeó el suelo con el pie y quedó rodeada de plantas de guisantes que se inclinaron respetuosamente delante de ella e irguiéronse después, cubriéndole los cabellos con los filamentos de sus flores perfumadas.

Mientras Tesoro de Habas la contemplaba arrobado (y a buen seguro que a mí me hubiera sucedido lo mismo), ella le dirigió una mirada insinuante acompañada de una sonrisa tan seductora, que Tesoro de Habas hubiera querido morir en aquel momento dichoso y tal vez hubiera muerto realmente si Flor de Guisante no hubiese adivinado lo que pasaba en su corazón.

-Os he entretenido demasiado -le dijo-, y en nuestros días el negocio de las habas es de los más importantes; pero con mi carretela, mejor dicho, con la vuestra, podréis recuperar el tiempo perdido. Espero que no me haréis un desaire y aceptaréis esa insignificante muestra de mi gratitud. En los graneros del castillo tengo millones de carretelas como esa, y cuando quiero una, tomo un puñado, escojo la que más me gusta y tiro las demás. -Aceptar un favor de Vuestra Alteza sería para mí una dicha -respondió Tesoro de Habas-; pero reparad, os lo ruego, que voy cargado de mercancía, y que en vuestra carretela no podría colocar ni medio cuartillo de habas, y son tres los que llevo.

-Haced la prueba -dijo Flor de Guisante riendo y balanceando sus flores-; haced la prueba y no os asombréis de todo como un chiquillo que no ha visto nada.

Tesoro de Habas hizo la prueba, y comprobó que en efecto, la carretela podía contener treinta veces más la carga que él llevaba.

Esto le mortificó.

-Estoy dispuesto a marchar señora -dijo, sentándose en un mullido cojín tan ancho que se hubiera podido tender en él de haberlo querido. No debo aumentar con mi tardanza la pena que sintieron mis padres en el momento de nuestra primera separación; sólo espero, pues, que venga vuestro cochero, que sin duda huyó cobardemente asustado del ataque del rey de los grillos, y traiga las varas del carruaje y los caballos. Entonces me marcharé con la alegría inmensa de haberos conocido, y la pena infinita de no tener la esperanza de volver a veros.

-¡Bah! -exclamó Flor de Guisante, desentendiéndose de las últimas palabras de Tesoro de Habas. Mi carretela no necesita cochero, ni lanza, ni caballos; la mueve el vapor y en menos dio una hora recorre cincuenta leguas. Puedes volver a tu casa cuando quieras. Fíjate bien en el ademán que haré y en la palabra que proferiré para ponerla en marcha. La maleta contiene diferentes objetos que pueden serte útiles en el viaje, y que te pertenecen como todo lo demás. Abriéndola como si fuera la vaina de un guisante, hallarás dentro tres cofrecitos de la forma y tamaño de un guisante suspendido cada uno de un hilo muy fino que los mantiene sujetos, como los guisantes a su cáscara, de manera que no pueden entrechocarse con los traqueteos de la carretela, es una obra realmente maravillosa. Cederán a la presión de tu dedo, como el fuelle de mi carretela, y no tendrás que hacer más que sembrar su contenido en un agujerito que abrirás con la punta de tu almocáfre, para verbrotar enseguida todo lo que desees. ¿Parece milagroso, verdad? Pero ten presente que, agotado el tercero, nada más podré ofrecerte, porque sólo me quedan tres guisantes verdes como a ti tres cuartillos de habas, y nadie en el mundo puede dar lo que no tiene. ¿Estás dispuesto a ponerte en camino inmediatamente?

 
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Tesoro de habas y flor de guisante (cuento de hadas) de Carlos Nodier   Tesoro de habas y flor de guisante (cuento de hadas)
de Carlos Nodier

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