Como hemos dicho, Dantés había retrocedido en el camino
indicado por las señales hechas en las rocas, y había visto que este camino
guiaba a una especie de ancón oculto como el baño de una ninfa de la antigüedad.
La entrada era bastante ancha, y por el centro tenía bastante profundidad para
que pudiese anclar en él un pequeño buque de guerra y permanecer oculto. De este
modo, siguiendo el hilo de las inducciones, ese hilo, que en manos del abate
Faria era un guía tan seguro y tan ingenioso en el dédalo de las probabilidades,
se le ocurrió que el cardenal Spada, conviniéndole no ser visto, había abordado
a este ancón, y ocultando allí su barco había tomado luego el camino que las
señales indicaban, para esconder su tesoro en el extremo de esa línea. Esta
suposición era la que llevaba a Dantés junto a la roca circular. Solamente una
cosa le inquietaba, por ser opuesta a sus conocimientos sobre dinámica. ¿Cómo
habían podido, sin emplear fuerzas considerables, levantar aquella enorme roca?
De repente se le ocurrió una idea.
-En vez de subirla-dijo-, la habrán hecho bajar.
Y acto seguido trepó por encima del peñasco, en busca del sitio
que antes ocupara.