Sentía una extraña emoción, muy parecida al miedo: era esa
desconfianza que inspira la luz del día, haciéndonos creer, aun en medio del
desierto, que nos miran atentamente unos ojos escrutadores.
Era tan fuerte esta emoción, que al ir a emprender Edmundo su
tarea, soltó la azada, cogió su fusil y subió por última vez a la roca más
elevada de la isla, para examinar con nuevo cuidado sus contornos.