Pero lo que más le llamó su atención no fue ni la poética
Córcega, ni esa Cerdeña, casi desconocida, que a continuación la sigue, ni la
isla de Elba, con sus grandes recuerdos, ni aquella línea imperceptible, en fin,
que se distribuía en el horizonte, y que al ojo experto de un marinero hubiera
revelado la soberbia Génova y la comercial Liorna. No, lo que llamó la atención
de Dantés fue el bergantín que había salido de Montecristo al amanecer, y la
tartana que acababa de hacerse a la mar:
El bergantín estaba a punto de perderse de vista en el estrecho
de Bonifacio; la tartana, con opuesto rumbo, costeaba la isa de Córcega, que se
disponía a doblar.