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Ningún hombre de claro entendimiento negará que da mujer no ha tenido hasta ahora las mismas facilidades que el hombre para la armónica e integral educación de su ser. En realidad la única escuela de la mujer ha sido el hogar, al paso que la del hombre fue además del hogar, la universidad o el taller y el trato del mundo. Las fuerzas que concurrieron a desenvolver al hombre, actualizando sus potencias latentes, han sido infinitamente variadas y múltiples, calculadas todas para dar por resultante al hombre entero, mientras que la mujer quedó siempre en situación pasiva y subalterna, sujeta a fuerzas unilaterales y mortecinas. Si las actividades del hombre hubiesen estado tan restrictas y limitadas como das de la mujer, seguramente que no alcanzara la talla física y mental de las eminencias masculinas del día.

Si las mismas fuerzas desenvolventes y eductoras, con la misma variedad de puntos de aplicación que actuaron en el hombre, hubiesen impelido a la mujer en pasados tiempos, nadie podría hoy hablar neciamente de su inferioridad, como algunos hablan, arguyendo que las hembras de las especies animales son inferiores en tamaño, aspecto, color y ornamento natural a los machos. La melena del león, la cresta del gallo, la cola del pavo real, los penachos de muchas aves son, a juicio de quienes sólo ven la materialidad de los seres creados, indicio manifiesto de la superioridad masculina. Pero si bien se observa, la hembra de los animales es superior al macho por razón de la mayor importancia de sus funciones sexuales, pues en algunas especies inferiores de la escala zoológica, Ja única tarea asignada por la naturaleza al macho es la fecundación de la hembra. A lo sumo se nota en el reino animal la equivalencia fisiológica de los sexos, nunca la superioridad del macho respecto de la hembra.

No es extraño, que en una civilización cuyas leyes y costumbres han sido obra de los hombres que en todo y por todo y para todo tomaron la iniciativa, despachándose a su gusto sin contar con más opinión que la de su sexo, sea la mujer en general algo, deficiente en inventiva, ingeniosidad y talentos científicos, aunque el ejemplo de las señoras, Curie, Besant y Blavatsky dan prueba de que no está n la investigación científica ni las especulaciones filosóficas fuera del alcance de los cerebros femeninos.

No tenían antes las mujeres libertad para seguir su vocación ni emplearse en las profesiones más conformes con sus aptitudes. Se les negaba el derecho de escoger la modalidad de acción adecuada. a sus naturales inclinaciones, y esta violenta supresión de la individualidad no podía por menos de entorpecer el espíritu de originalidad e iniciativa.

La contrariación de las aspiraciones femeninas, obligando a multitud de jóvenes soberbiamente dotadas por la naturaleza, a dedicarse a tareas opuestas a su congénita capacidad, atrofian sus talentos y facultades en términos de esterilizar cuanto pudieran dar de sí, con desperdicio de valiosas energías humanas.

En tiempos de la esclavitud negrera, habla mujeres de esta raza que poseían ciertas cualidades personales en igual grado que sus dueñas, y sin embargo no les era posible desplegarlas en la forzosa labor de las plantaciones. No se les permitía aprender ni siquiera los más rudimentarios principios de la cultura humana, por lo que les faltaba ocasión oportuna de explayar su mentalidad. De la propia suerte estuvo durante siglos la mujer blanca, en apariencia libre y en realidad poco menos esclava que la negra, cohibida en el natural desenvolvimiento de sus nativas facultades.

Pero cuando la campaña emprendida por Garrison y felizmente terminada por Lincoln, al decretar la abolición de la esclavitud en los Estados Unidos, dió la libertad civil a cuatro millones de seres humanos, tratados hasta entonces como bestias de labor, la emancipada mujer de raza negra demostró tan excelentes cualidades como la que había sido su dueña. Así también la mujer blanca, conforme se va manumitiendo de la servidumbre en que durante siglos la tuvo el hombre, negándole medios de educación, coartando su libertad y cohibiendo sus iniciativas, denota en las diversas esferas de la actividad humana las cualidades que distinguen a las notabilidades masculinas.

Si se hubiese invertido la posición social de los dos sexos, de modo que como en una dilatada isla de San Balandrán tuvieran las mujeres el predominio en todas las naciones, obligando a los hombres a seguir caminos de acción previamente trazados, como los animales de tiro empantallados por las ojereras, a buen segura que fuera muy triste la suerte de ellos, pues habrían de verse débiles, subordinados, sujetos y dependientes del apoyo que quisiese prestarle la mujer. Nunca hubieran desenvuelto la fortaleza y virilidad, la energía física y mental en que hoy fundan la presuntuosa denominación de sexo fuerte, porque no hubieran podido cultivar persistentemente sus facultades, que a la postre arriesgaran quedar atrofiadas.

Hace ya más de medio siglo que se abolió la, esclavitud en los Estados Unidos, y hoy día manifiesta la raza negra un maravilloso adelanto en el desarrollo de las predominantes facultades que caracterizan al hombre de raza blanca. Sin embargo, los cincuenta años desde entonces transcurridos no son bastantes para ponerse al nivel de la raza blanca, que lleva en si acumulados los efectos de muchos siglos de heredadas experiencias. Se necesita mucho tiempo para borrar las huellas de la esclavitud en que estuvo aherrojada la raza negra, y tampoco es posible invalidar en un instante los resultados de la semi esclavitud de la mujer blanca, que todavía no ha tenido amplias ocasiones de manifestarse en toda su pujanza.

Pero la perspectiva es brillante. La corriente se ha vuelto en favor de la mujer, y el hombre ha descubierto por fin que en la evolución de la raza actúa una omnipotente fuerza en dirección y sentido de la justicia y el derecho, y que por mucho que él se esfuerce en retener a las mujeres donde mejor puedan servir a sus egoístas propósitos, se van emancipando de la arbitraria sujeción y buscan y encuentran su realzamiento social tan decorosa y dignamente como el hombre, quien así aprende la penosa lección de que la esfera de la mujer está en donde sus naturales talentos e inclinaciones la colocan y no en donde los personales intereses y antojos masculinos quisieran colocarla.

Se han desvanecido en el pasado los antiguos prejuicios que señalaban el hogar doméstico por única esfera de la actuación femenina. Su natural campo de actividad es cada día más vasto y amplifica sus límites en proporción con el progreso de los tiempos y la mudanza de las condiciones sociales. Ya empezamos a darnos cuenta de que el talento no tiene sexo, como tampoco el espíritu ni la mente. La generalidad de los hombres estaban muy aferrados a su prejuicio de que la mujer había sido creada para servirles, sin advertir, a pesar de la tan ponderada piedad del tiempo viejo, que desde el punto de vista estrictamente cristiano, el esoterismo bíblico nos evidencia que en juicio de Dios no, era bueno que el hombre estuviese solo y por ello le hizo ayuda idónea para él, es decir una compañera que fuese su cooperadora en equivalencia de dignidad y en modo alguno su sierva en condición de inferioridad.

La ortodoxia religiosa de que alardeaban las generaciones de fanática intolerancia, cuando la nominalista creencia en el dogma de cualquiera confesión que fuese bastaba para disimular los más vitandos desenfrenos de conducta, no tuvo en cuenta en la práctica de la vida, el enaltecimiento de la mujer, tan explícitamente afirmado en teoría por el cristianismo apostólico y patrístico.

 
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La mujer y el hogar de Orison Swett Marden   La mujer y el hogar
de Orison Swett Marden

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