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Si la mujer esquiva el peligro subyacente en todas las exageraciones y lejos de entregarse a las violencias y desmanes de las sufragistas inglesas o de permanecer musulmanamente en la mogigata apatía de la mayor parte de mujeres de raza latina, se vale de las poderosas armas de la asociación, la tribuna y la prensa para exponer razonadamente sus demandas; y si por otra parte las mujeres que ya disfrutan derechos políticos y civiles en algunos países demuestran prácticamente su capacidad para la administración y gobierno de los intereses colectivos, no tendrán los hombres más remedio que rendirse a la evidencia y legitimar la justicia. En vez de andar la mujer a reata del hombre, andará junto a él como es su derecho. Entre las recientes mudanzas del mundo social, ninguna acaso tan señalada como el paulatino aflojamiento de los grilletes en que el hombre tenía aprisionada a la mujer. La educación la va emancipando, y por vez primera en la historia, el sexo femenino en conjunto está en vías de gozar de libertad. La mujer se va percatando de su valía, vislumbra las dilatadas posibilidades que le brinda la civilización moderna y no consentirá jamás en 'volver a su antigua esclavitud. Sin embargo, la educación debe ser la base de la libertad femenina y el indispensable antecedente para ejercer los derechos de ciudadanía en parigualdad con el hombre, de modo que no hallen los retrógrados motivo alguno para congratularse de haber acertado en sus agoreras predicciones. Sin la educación por delante, el feminismo político fracasaría bochornosamente entre la escarnecedora rechifla de los anticuados mantenedores de la mujer honrada con la pierna quebrada. Pero con la educación a propósito para disponerla a ocupar dignamente su lugar en la familia y en la sociedad, la progresiva marcha de la mujer es tan segura como inexorable es la ley de la atracción universal. Cuando la mujer sepa ser madre y al propio tiempo maestra de sus hijos, y cuando las no destinadas por Dios a la maternidad ni al matrimonio sepan hacer buen uso de su autonomía individual y cumplan estrictamente sus deberes de ciudadanía, no cabe duda de que la humanidad acelerará como nunca su marcha por los caminos de perfección, a cuyo término la espera inefable paz.

De cuantos crímenes sociales que, sin derramar sangre, pero a costa de mares de lágrimas, se han cometido en el mundo, no es el menor la esclavitud de la mujer por el hombre. En toda época y en casi todos los países la belicosa condición del hombre fue causa de que el sexo masculino estuviera en minoría de número respecto del feminismo.

Siempre hubo en el mundo más mujeres que hombres, y aun hoy, a pesar del creciente aumento de población, la guerra mundial substrajo al sexo viril diez millones de individuos que redujeron su número hasta el extremo de septuplicarlo el de mujeres. Así resulta tan monstruoso y absurdo como malvado y desleal, que menos de la mitad del género humano restrinja la actuación de la mayoría cuya conducta regule y establezca sus normas morales y coarte -legalmente sus derechos e intervenga sus bienes y resuelva lo que ha de hacer o no hacer y la que le conviene aprender o ignorar.

Pensemos en los perjuicios que le ha irrogado a la civilización o tan sólo en los beneficios que dejó de allegarle el mantener en semejante tutela a las futuras madres de la raza humana. En vez de tan deprimentes restricciones hubiera debido gozar la mujer de da mayor libertad posible sin menoscabo de los altísimos intereses colectivos y recibir del hombre la solícita consideración que demanda la maternidad latente en su seno, aunque no siempre se actualice, pues de las condiciones y circunstancias que concurren en la madre depende el porvenir de la raza. Merece por ello la mujer atentísima consideración en cuanto a su cultura física para que sea acabado troquel de humanas formas; en cuanto a su cultura intelectual, para que tenga verdadero concepto de la vida y comprenda siquiera rudimentariamente el universo que la rodea, a fin de limpiar su entendimiento de los escombros de la superstición, el fanatismo, la mogigatería, el escepticismo, la credulidad y el prejuicio que ya en uno u otro extremo de la credulidad malsana y de la morbosa incredulidad la apartan del punto en que la razón coincide con la fe y el alma se enlaza con el cuerpo por medio de la mente; en cuanto a su cultura moral para que aleccionada mayormente por los hechos y por la experiencia que por los libros y por las máximas, acierte, cuando madre, a sofocar en el corazón de sus hijos las inolinaciones siniestras y fortalecer las virtuosas en el período más crítico de la vida cuales el de la primera infancia.

Algunos de los que esto lean, acaso pongan reparos a la afirmación de que la mujer estuvo siempre en servidumbre, diciendo que en muchas épocas y no pocos países fue tratada con el mayor miramiento, amabilidad y galantería; pero quien conozca la historia sabrá que no hubo tal. En todas sus páginas encontramos las huellas del sufrimiento de la mujer, marcadas con lágrimas y sangre en su lucha por la libertad que hoy empieza a conseguir.

En su obra: Sueño, nos describe Oliva Schreiner los penosos esfuerzos de la mujer para librarse de la esclavitud y ponerse a lo menos de rodillas en vez de quedar tendida en el cenagoso suelo. Ahora se pone en pie y al incorporarse erguida levanta con ella a la entera humanidad. Ya es consciente de su fuerza y del lugar que por naturaleza le corresponde en el grandioso plan de la creación.

Las diferentes asociaciones femeninas esparcidas por el mundo entero están soldando a las mujeres en un numeroso y disciplinado ejército de irresistible empuje. Los congresos, asambleas y conferencias de carácter societario internacional que sobre temas referentes al porvenir de la humanidad se celebran periódicamente en París, Chicago, Londres, Barcelona, Nueva York, Madrid, Washington, Ginebra y otras ciudades de importancia mundial han sido y siguen siendo poderosos estímulos para la mujer de toda condición social. FA movimiento societario de nuestros días que va invadiendo todas las esferas, despierta de ,su secular modorra a la mujer de la clase media sacudida por los terribles codazos de la mujer proletaria. Las femeninas aspiraciones cobran mayor vuelo a impulsos de la acelerada marcha del mundo, dando a la mujer por doquiera la solidaridad de pensamiento, número y acción de que hasta ahora había carecido. Aun las mismas mujeres orientales quebrantan la dorada prisión de los harenes donde sus dueños las tenían recluídas para la innoble satisfacción de sus groseros apetitos, y se unen a da gran confraternidad de su sexo para luchar por sus derechos, constituyendo formidables coligaciones sin distinción de credo ni de, raza. Así como los partidos políticos y las facciones sociales encarnizadamente empeñadas en intestinas querellas, se solidarizan contra el enemigo común en caso de invasión extranjera, así las mujeres dejan de lado sus divergentes opiniones para unirse en combinada acción contra la terca resistencia de los legisladores anticuados que todavía menosprecian a la mujer como ser inferior e incapaz de pensar con su propio cerebro.

En e1 pasado todo propendía a la preterición de la mujer en el reparto de las funciones sociales o a sumergirla en un ambiente artificiosamente formado por el hombre. Ahora vamos en camino de reformar la sociedad en términos que no sea obra exclusiva de los hombres ni de las mujeres ni que en ella predomine abusivamente un sexo sobre el otro, con superioridad en una parte e inferioridad en la otra, sino que se funde en principios de parigualdad y armonía con la cordial cooperación de ambos sexos para el bien de todos.

Aunque el hombre creyó en pasados siglos que la mujer era inferior a él por decreto de la Providencia, no pasaba de ser aparente la tal inferioridad por el abuso de su fuerza puesta al servicio del egoísmo para retener como esclava a la que por voluntad de Dios y fuero de justicia debía tratar como compañera.

 
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La mujer y el hogar de Orison Swett Marden   La mujer y el hogar
de Orison Swett Marden

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