Luciano de Hem es hoy teniente; sólo tiene su sueldo
para vivir, pero se las campanea con él, porque es un oficial muy
ordenado, y jamás toca un naipe.
Hasta, según parece, halla medio de hacer
economías, porque el otro día, en Argel, uno de sus camaradas, que
le seguía a pocos pasos de distancia, en la montuosa calle de la Kasba,
vio que daba limosna a una españolita dormida bajo un portal, y tuvo la
indiscreción de mirar NI lo que Luciano había dado a la pobre.
El curioso se quedó muy sorprendido de la generosidad
del pobre teniente:
Luciano de Hem había dejado un luis de oro en la mano de
la niña.